—Martina…
El susto le subió a Luciana, pero no lo dejó ver: distinguía que su amiga estaba de veras en pánico.
—Tranquila. Dímelo despacio.
—Yo… —Martina apretó los párpados y negó—. Ni sé por dónde empezar. Yo sé que…
Sabía que ese compromiso era, sobre todo, el deseo de Salvador. Y, aun así, había llegado hasta allí.
—No pude con él.
Luciana entendió. Martina no era como ella. Martina creció querida, sin golpes de la vida; la “niña buena” que los mayores adoran. Salvador había leído todo eso: se ganó a la familia y la boda avanzó sola.
—Entonces… —Luciana respiró hondo—. ¿Qué quieres hacer ahora? ¿Irte? ¿Cancelar la ceremonia?
—¿Eh? —Martina la miró perdida.
—No tengas miedo —la animó Luciana—. Y aunque ya estuvieran casados: si tú no quieres, se termina cuando tú decidas.
¿Se podía? Martina no era Luciana; en ella lo blando pesaba más.
—Pero… mis papás, Marc… todos están afuera.
Si huía de su propia pedida, ¿qué les haría? Pasar vergüenza era lo de menos; lo grave sería que los Morá