Capítulo 1315
Al segundo, Domingo borró la sonrisa. Frunció apenas el entrecejo y, en el fondo de los ojos, asomó una tristeza extraña.

Alejandro dudó si había visto bien.

—Ya sabemos cómo está tu abuelo —dijo Domingo.

A Alejandro se le contrajeron las pupilas. ¿Cómo se habían enterado? En el Hospital UCM había pedido absoluta reserva. Pero un hospital es un hormiguero: siempre hay una boca floja… y con gente como esta, hasta “el ratón del hospital” soltaría la lengua por unas monedas.

Sin mover un músculo, entrelazó las manos delante.

—Sigan.

—Yo recuerdo al abuelo entero, fuerte; podía levantarnos a los dos… —Domingo miró al vacío, como si pesara cada palabra.

—¡Suficiente! —cortó Alejandro, la mirada afilada—. ¿Viniste a contar anécdotas?

—No —negó Domingo, con un suspiro—. Solo digo que, a su edad, lo mejor es lo que decidiste: dejarlo descansar.

Todo era “el abuelo” en su boca. Alejandro olió la trampa.

—¿Qué quieren exactamente?

Padre e hijo se llamaron al silencio. Era su forma de admitirlo.

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