—¿Abuelo? —Alejandro frunció el ceño—. ¿Luci lo sabe?
Miguel lo miró de reojo, medio divertido.
—¿Y qué crees? Me traje a su tesoro y no iba a avisarle.
Eso significaba que Luciana estaba al tanto. Y que había dicho que sí.
***
Cuando Luciana salió de turno, pasó por el Hospital UCM a recoger a Alba.
La niña estaba sentada en las piernas de Alejandro, recitándole el cuento nuevo del día.
—“… Mr. Smith looks at the picture and says, ‘The dragon has no eyes. It isn’t a good picture.’” —leyó, muy aplicada.
Era la historia del señor que decía amar a los dragones. El inglés no le costaba, pero el cuento era novedad.
Luciana no interrumpió. Se acercó hasta la cama de Miguel.
—Abuelo.
—¿Ya llegaste? —Miguel le sonrió y apartó la vista del dúo padre hija—. Gracias por darte la vuelta.
—¿Gracias de qué? —Luciana fingió molestarse—. Igual tenía que venir por Alba, ¿no?
—Luci, gracias —insistió Miguel, bajando la voz—. Eres un sol. A un viejo que ya se está apagando, que le traigas a la niña… —se