“¿Y ahora qué estarán haciendo? No vaya a ser que Renato le haya vuelto a pegar… No. Tengo que ir.”
Salvador colgó. Al alzar la vista notó que todos lo miraban.
—¿Qué pasa? —sonrió en falso—. ¿Por qué me miran así?
—¿Eso era lo que querías decirme? —Martina parpadeó.
—¿El qué? —se hizo el tonto—. ¿Qué se supone que debía decir?
Estiró la mano para tomarla; había visto que aquella llamada la había incomodado. Martina dio un paso atrás.
—¿Martina? —frunció el ceño.
Ella alzó la mano a la cabeza. Llevaba todo el cabello recogido y, arriba, una tiara —la que Salvador había elegido: su manera de decir “eres mi reina”—. Martina estuvo a punto de quitársela.
—¡Martina! —Salvador, entendiendo, le sujetó la muñeca—. No hagas esto.
—¿Yo “hacer esto”? —sonrió leve, sin calor—. ¿No empezaste tú?
—¿Qué hice? —Salvador no sabía si reír—. Me llamaron, yo no llamé. ¿También eso me lo vas a cargar?
—No te culpo —negó de inmediato—. Me culpo a mí. Todo es mi culpa.
Al costado, Alejandro y Luciana: “…”
S