46: Muerta en vida.

Me desperté en un lugar en penumbras, con un dolor insoportable en el rostro. Me levanté de aquel piso frío e intenté adaptar la mirada a la oscuridad; entonces una respiración entrecortada me espantó.

—¿Dónde estoy?—pregunté, llorando. No hubo respuesta, sólo esa respiración pesada, agonizante.

Me incorporé de un salto y miré de un lado a otro, como si eso sirviera de algo. Poco a poco mi vista se acostumbró y distinguí una figura al fondo.

—¿Estás bien?—pregunté con la voz rota. Entonces el olor a pudrición me invadió las fosas nasales y las arcadas me sacudieron.

—¡Ayuda!—grité con desesperación. De la nada se encendieron las luces y me quemaron la mirada; cuando mis ojos se adaptaron vi a la persona en el rincón y caí al suelo.

Ese hombre —o lo que quedaba de él— estaba pegado a la pared. Su cara era un desastre, una masa amorfa. Trozos de carne le faltaban; su cuerpo era un mapa de mordiscos y arrancamientos. Supe, sin pensar, qué clase de bestias habían hecho eso.

Me acerq
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