47: Esta es mi nueva vida.
Me desperté con un frío insoportable. No era un frío cualquiera, era un frío que mordía los huesos, que me dejaba temblando sin poder controlar mi cuerpo. El sudor me cubría y se sentía pegajoso, como si hubiera dormido sobre mi propio miedo. La boca estaba seca, pastosa, y cada intento de tragar me dolía. Nunca en mi vida me había sentido así, como si el cuerpo me estuviera abandonando poco a poco.
—Mamá —susurré, y después grité. La voz me salió rota, desesperada. La necesitaba. Era extraño, porque esa necesidad no era un simple capricho; era como si de verdad mi vida dependiera de que ella estuviera ahí, abrazándome, sacándome de esa pesadilla.
Intenté moverme, incorporarme, pero el dolor me explotó desde la mano hasta el hombro. Un dolor tan fuerte que me arrancó un grito desgarrador.
—¡Ayuda! —grité con todas mis fuerzas, aunque la voz apenas salió. Intentaba mover las piernas, los brazos, pero no respondían. Era como si alguien me hubiera encadenado a un bloque invisible.