Aysun se levantó, tomó el bouquet sobre la cama y se sentó al borde del colchón. Su reflejo en el espejo cercano le devolvió una imagen que no reconocía: el rostro pálido, los ojos rojos de tanto contener lágrimas, la expresión abatida. Recordó las palabras de Serhan resonando como un eco cruel: “Su destino, Aysun, es recordarme todos los días lo que perdí.
Se cubrió el rostro sumida en un fuerte arrepentimiento por haber permitido ese matrimonio.
—Debí huir, pero él habría matado a tantos inocentes. Siento qué e lo detesto.
Se lamentó por ella misma, atrapada en un destino que no había elegido. Cada lágrima era un desahogo de la impotencia que llevaba acumulando desde hacía días.
Pero tras un largo rato, el llanto fue menguando, y en su lugar nació una chispa de determinación. Aysun alzó la cabeza y se miró de nuevo en el espejo. Sí, tenía los ojos enrojecidos y el alma destrozada, pero también tenía algo que nadie, ni Serhan podría destruir, su fuerza interior, su determinación.
—No