La arrastró por el corredor; la luz cambiaba, los rostros de los hombres que cuidaban aquel lugar parecían tener sus rostros duros como el hierro. Ella miró una última vez el sótano: Mert temblaba en la silla, los ojos fijos en ella, sin poder decir nada. En la piel de Aysun se dibujó una certeza terrible: aquel no era un traslado para reparar una ofensa. Era un juicio cuyo veredicto él ya había decidido pronunciar.
El viaje hasta el vehículo fue frío y silencioso. Aysun clavó los dedos en su blusa, tratando de retener algo que ni ella misma sabía nombrar. Serhan permanecía en silencio, con la mandíbula apretada.
Salieron del edificio, Aysun estaba temblando por dentro, le daba horror solo de imaginar la ejecución de Mert. Algo debía hacer para impedirlo, pero no sabía cómo, no conocía a Serhan, nada podía darle ventaja ni ideas para detenerlo.
Él abrió la puerta del auto, sin mirarla esperó que ella subiera.
Antes de subir al auto, ella se detuvo frente a él.
—¿De verdad piensas lle