Narrado por Liam Donovan
Mi trabajo en la milicia me enseñó a anticipar el peligro antes de que se materialice. Aprendí a leer el viento, el terreno y los ojos de un enemigo a trescientos metros de distancia. Pero nada en mi entrenamiento me preparó para la guerra psicológica que es Mia Blackwood.
Ella no es una amenaza táctica; es una fuerza de la naturaleza envuelta en seda y esmeraldas. Y esta noche, en el club Obsidian, ha decidido que mi paciencia es su objetivo principal.
—¿Otra ronda, Donovan? Ah, cierto... que eres de piedra —se mofó Mia, levantando su cuarta copa de champán hacia mí.
Estábamos en el área VIP, una plataforma elevada que me permitía tener una visión de 360 grados del lugar. Mia se estaba asegurando de que cada hombre en un radio de diez metros se fijara en ella. Bailaba con una energía temeraria, desafiante, lanzándome miradas por encima del hombro para ver si mi máscara de profesionalismo se rompía.
El caos empezó a la medianoche. Mia decidió que la zona VIP era "aburrida" y se lanzó a la pista de baile principal, mezclándose con la multitud sudorosa. Me moví como una sombra detrás de ella, apartando a tipos que intentaban acercarse más de lo debido. Mi mano descansaba cerca de mi arma, no por la gente del club, sino por la tensión que ella provocaba en mi pecho.
—¡Suéltame, Liam! ¡Solo estoy divirtiéndome! —gritó cuando la tomé del brazo para apartarla de un grupo de sujetos que ya estaban demasiado ebrios.
—Se acabó la diversión, señorita Blackwood. Está borracha y este lugar se está volviendo inestable —dije, mi voz cortando la música alta con autoridad.
—¡Eres un dictador! ¡Te odio! ¡Todos en esta familia son unos malditos dictadores! —empezó a gritar, llamando la atención de todos.
Fue entonces cuando estalló el berrinche. Mia se soltó de mi agarre y, en un movimiento rápido, tomó una copa de una mesa cercana y la estrelló contra el suelo. El sonido del cristal rompiéndose fue la señal de alarma. Ella empezó a empujar a la gente, gritando que la dejaran en paz, que no necesitaba un guardaespaldas, que quería estar sola.
Tuve que actuar. La cargué sobre mi hombro a pesar de sus patadas y sus insultos. Ella me golpeaba la espalda con sus puños pequeños, llamándome de todo menos caballero. Atravesé el club ignorando las miradas. Mi único objetivo era sacarla de allí antes de que algún fotógrafo o algún enemigo de Dominic aprovechara la escena.
La metí en el asiento trasero del coche blindado con cuidado, pero con firmeza. Cerré la puerta y rodeé el vehículo para sentarme al volante. El silencio dentro del coche, después del estruendo del club, era ensordecedor.
Arranqué el motor, esperando otra andanada de insultos o que intentara abrir la puerta en marcha. Pero no hubo nada. Solo el sonido de su respiración agitada.
A mitad de camino hacia la mansión, escuché un sonido que me heló la sangre más que cualquier amenaza de muerte: un sollozo.
Miré por el espejo retrovisor. Mia estaba encogida contra la puerta, con la frente apoyada en el cristal frío. Sus hombros temblaban violentamente. El rímel, ese que se había aplicado con tanta precisión, ahora corría por sus mejillas en surcos negros.
—Señorita Blackwood… —comencé, suavizando el tono.
—Cállate, Liam. Solo conduce —su voz sonó rota, pequeña.
—Si es por lo de la fiesta, mi intención no fue…
—¡Que te calles! —gritó, pero no fue un grito de rabia, sino de agonía. Se cubrió la cara con las manos y rompió a llorar desconsoladamente.
No era el llanto de una niña malcriada que no consiguió su juguete. Era un llanto profundo, antiguo, de alguien que lleva un peso demasiado grande sobre los hombros. Ver a la "Princesa de los Blackwood", la chica que hace unas horas se burlaba de Spencer y Dominic con arrogancia, desmoronarse de esa manera, me hizo sentir una punzada de algo que no debía sentir: empatía.
—Mia —dije, usando su nombre sin permiso, deteniendo el coche en un arcén oscuro—. ¿Qué pasa? ¿Alguien te hizo algo en el club? ¿Fue por el atentado?
Ella negó con la cabeza frenéticamente, pero no dijo una palabra. Solo lloraba, con el cuerpo sacudido por espasmos. Me bajé del coche y abrí la puerta trasera. Me senté a su lado. Por un momento, pensé que me abofetearía, pero en lugar de eso, Mia se lanzó hacia adelante y escondió el rostro en mi pecho, aferrándose a mi solapa como si fuera un náufrago y yo el único trozo de madera en el océano.
Me quedé rígido por un segundo. Mi entrenamiento decía que debía mantener la distancia. Mi instinto decía que debía protegerla de todo, incluso de su propio dolor. Lentamente, rodeé sus hombros con mi brazo. Ella olía a champán, a perfume caro y a una tristeza que el dinero no podía curar.
—No quiero estar sola —susurró entre sollozos, apenas audible—. Odio estar sola en esa casa de cristal.
No me dio más explicaciones. No mencionó el miedo a la muerte, ni la presión de ser un activo de los Blackwood, ni el vacío de una vida donde todo tiene precio pero nada tiene valor. Solo lloró hasta que el agotamiento del alcohol y la emoción la vencieron.
Me quedé allí, en la oscuridad del coche, sosteniendo a la heredera más codiciada del país mientras dormía con el rostro húmedo contra mi uniforme. En ese momento, comprendí que Mia Blackwood no era mi enemiga. Era una chica asustada que usaba su arrogancia como un escudo de armas.
Y lo más peligroso de todo no era proteger su vida. Lo peligroso era que, después de verla así, ya no estaba seguro de si podría proteger mi propio corazón.