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Capítulo 3: Juegos de Azar y Veneno

 

El primer intento de quebrar a Liam Donovan fue, técnicamente, un desastre. Intenté que limpiara mi colección de zapatos de diseñador con un cepillo de dientes, alegando que el polvo del atentado los había arruinado. Él simplemente me miró, tomó el cepillo y, con una eficiencia robótica y una calma que me hizo querer arrancarme el cabello, dejó los treinta pares relucientes en menos de una hora. Ni una queja. Ni un suspiro. Solo ese silencio militar que empezaba a volverme loca.

Entendí que para deshacerme de Liam necesitaba un escenario más grande, uno donde su disciplina chocara contra el caos. Y nadie manejaba el caos mejor que mi hermano Dominic.

Dominic es la parte de los Blackwood que la gente no menciona en las cenas de gala. Es la sombra, el hombre que controla los muelles, los casinos clandestinos y los susurros en los callejones. Si Spencer es el cerebro de la familia, Dominic es el puño ensangrentado. Y esa noche, Dominic tenía una "reunión de negocios" en uno de sus clubes privados más exclusivos, el Vantablack.

—No —dijo Dominic, sin quitar la vista de su pistola mientras la limpiaba en su despacho.

—¡Oh, vamos, Dom! —me senté en el borde de su escritorio, apartando una caja de municiones—. Me dispararon ayer. Necesito distraerme. Si me dejas ir contigo, prometo no causar problemas.

—Mia, es una reunión con socios difíciles. No es una fiesta para que bebas martinis.

—Llevaré a Donovan —añadí, usando mi carta de triunfo—. Spencer dice que es el mejor. ¿Qué mejor manera de probarlo que llevándolo a tu territorio? Si es tan letal como dicen, me mantendrá a salvo. Si no... bueno, podrías decirle a Spencer que su inversión fue una basura y devolverlo a su cuartel.

Dominic levantó la vista. Una sonrisa lenta y peligrosa se extendió por su rostro. Él compartía mi desdén por las reglas de Spencer.

—Está bien, pelirroja. Prepárate. Pero si las cosas se ponen feas, haces lo que Liam diga.

—Por supuesto —mentí, ocultando mi regocijo.

El Vantablack era un antro de perdición envuelto en terciopelo y luces de neón. El aire estaba cargado de humo de tabaco caro y el aroma a peligro. Dominic entró como el rey que era, con sus hombres abriendo paso. Yo caminaba a su lado, sintiéndome eléctrica con un vestido verde esmeralda que apenas cubría lo necesario.

Y detrás de mí, a exactos dos pasos, estaba el muro. Liam Donovan llevaba un traje negro que lo hacía parecer una sombra letal. No miraba las luces, ni a las mujeres semidesnudas, ni las mesas de juego. Sus ojos no dejaban de escanear la sala.

—Donovan —lo llamé, deteniéndome cerca de la barra—. Traeme una copa. Algo fuerte.

—Estoy en servicio, señorita Blackwood. No soy su camarero —respondió sin mirarme, su vista fija en un grupo de hombres armados cerca de la zona VIP.

—Es una orden. O quizás es que tienes miedo de perder de vista la puerta un segundo. ¿Tan poco confías en tus habilidades?

Él finalmente me miró. Sus ojos azules brillaron bajo la luz de neón.

—No confío en el entorno. Y mi prioridad es usted, no su sed.

Bufé y me alejé, mezclándome entre la multitud. Era el momento de ejecutar mi plan. El club estaba lleno de gente poderosa. Vi a un grupo de mujeres cerca de la zona de los reservados; una rubia que hablaba con una autoridad impresionante y otra mujer de cabello oscuro que parecía estar diseccionando con la mirada a todos los presentes. No sabía quiénes eran —seguramente algunas de las conquistas de los socios de Dominic o mujeres buscando fortuna— y no me importaba. Para mí, eran solo obstáculos decorativos.

Mi plan era simple: desaparecer. El club tenía un laberinto de pasillos que llevaban a las oficinas de Dominic y a una salida trasera que daba a un callejón privado. Si lograba que Liam me perdiera de vista en su primer día "real" de trabajo, Dominic lo despediría por incompetente antes del amanecer.

—¡Dominic! —llamé a mi hermano, atrayendo su atención hacia una mesa de póker—. ¡Mira quién llegó!

Mientras Dominic se distraía saludando a un contacto, aproveché el flujo de gente en la pista de baile. Me deslicé entre un grupo de guardaespaldas corpulentos y me pegué a la pared. Vi a Liam a unos metros, tratando de seguirme el ritmo, pero la multitud era densa.

Me colé por una cortina de terciopelo hacia el pasillo de servicio. Mi corazón latía con fuerza. Adiós, Donovan, pensé con una sonrisa triunfal. Corrí por el pasillo frío, doblando esquinas hasta llegar a una puerta metálica. La abrí y salí al aire gélido de la noche. Estaba en el callejón trasero. Estaba libre.

Me detuve a recuperar el aliento, apoyándome en la pared de ladrillos. Saqué mi teléfono para pedir un coche privado y desaparecer en la ciudad por unas horas, solo para ver la cara de derrota de Liam mañana.

—Es un vestido muy caro para terminar lleno de manchas de basura, señorita Blackwood.

Casi salto de mi piel. El teléfono se me resbaló de las manos, pero antes de que tocara el suelo, una mano grande y firme lo atrapó en el aire.

Liam estaba allí, apoyado contra la pared opuesta, con una pierna cruzada sobre la otra. No estaba agitado. No estaba sudando. Parecía que había estado allí esperándome durante horas.

—¿Cómo…? —tartamudeé, recuperando mi altivez—. ¿Cómo has llegado antes que yo?

—Hay tres salidas en este club, y este callejón es la única que usted conoce porque la usó para escapar de Dominic el año pasado —dijo, dándome un paso y extendiendo el teléfono hacia mí—. He leído sus informes, señorita. Sé cómo piensa.

—¡Me estabas espiando! —le arrebaté el teléfono, furiosa.

—La estaba protegiendo —corrigió él, dando un paso hacia mí, invadiendo mi espacio hasta que mi espalda golpeó el ladrillo—. Mientras usted jugaba a las escondidas, dos hombres del clan rival salieron por la puerta lateral siguiéndola. Los intercepté hace tres minutos. Están dormidos en el contenedor de allí abajo.

Palidecí. Miré hacia las sombras y, efectivamente, vi un par de botas sobresaliendo detrás de unos botes de basura.

—Usted cree que esto es un juego para ver quién tiene más poder —continuó Liam, su voz bajando a un susurro peligroso mientras colocaba una mano en la pared, justo al lado de mi cabeza—. Pero ahí fuera, hay personas que no quieren su dinero, quieren su silencio eterno. Mi trabajo no es aguantar sus caprichos, es evitar que sea el motivo de un funeral.

Sus ojos estaban tan cerca que podía ver las motas grises en el azul. Por un segundo, la arrogancia se me drenó por completo, reemplazada por una descarga eléctrica de algo que no era miedo. Era una tensión cruda, un magnetismo que odiaba sentir.

—No me das órdenes —susurré, aunque mi voz carecía de fuerza.

—No —concedió él, su mirada bajando por un segundo a mis labios antes de volver a mis ojos—. Pero la voy a llevar de regreso a esa fiesta, y usted se va a quedar al lado de su hermano hasta que yo decida que es seguro irse.

Me tomó del brazo, no con brusquedad, pero con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. Me guió de regreso al interior del club. Al entrar, vi de nuevo a aquellas mujeres —la rubia y la morena— observando a Dominic. Por un segundo, sus miradas se cruzaron con la mía. La morena, Chloe, me dedicó una mirada de sospecha, casi como si pudiera oler mi derrota.

Liam no me soltó hasta que estuvimos frente a Dominic.

—¿Problemas? —preguntó mi hermano, arqueando una ceja.

—Ninguno, señor Blackwood —respondió Liam, con su máscara profesional de vuelta—. La señorita Mia solo necesitaba un poco de aire fresco. Ya se le ha pasado.

Dominic me miró y luego a Liam. Soltó una carcajada corta.

—Parece que has encontrado la horma de tu zapato, Mia.

Me quedé allí, hirviendo de rabia, mirando la espalda ancha de Liam Donovan. Él no era un empleado. Era una prisión de un metro noventa con ojos azules. Y lo peor de todo es que, por primera vez en mi vida, alguien me había ganado en mi propio juego.

—Esto no ha terminado, Donovan —mascullé para mí misma.

Pero mientras lo veía vigilar la sala, no pude evitar notar cómo el traje se ajustaba a sus músculos cuando se movía. La guerra seguía en pie, pero me di cuenta de que Liam Donovan no solo era peligroso para mis enemigos... también empezaba a ser peligroso para mi autocontrol.

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