Narrado por Liam Donovan
El reloj marcaba las ocho y media de la mañana. Mia debería haber bajado hace al menos cuarenta y cinco minutos. Ella siempre llegaba tarde, pero lo hacía con estruendo, taconeando con furia y quejándose del clima, de mi cara o del café. El silencio que emanaba de la planta superior de la mansión Blackwood no era normal. Era un silencio pesado, denso, que me hacía dar golpecitos impacientes con los dedos contra el volante del coche.
—Siete minutos más, Donovan, y entras —me dije a mí mismo.
Pasaron diez. Mi instinto, ese que me salvó de emboscadas en terrenos áridos, estaba gritando "peligro". Bajé del coche y entré en la casa. No había rastro de Spencer ni de Dominic; ambos se habían marchado temprano, envueltos en sus propias tormentas personales. Subí las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta de caoba de su habitación.
—¿Señorita Blackwood? —llamé, golpeando con firmeza—. Vamos tarde. Julian la llamará diez veces antes de que lleguemos al campus