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Capítulo 2: El Muro de Piedra

 

La mañana entró en mi habitación con una insolencia que solo el sol de las siete de la mañana puede tener. No dormí bien. Cada vez que cerraba los ojos, el sonido del cristal estallando volvía a mi mente como un eco persistente. Pero soy una Blackwood, y nosotros no mostramos debilidad; la transformamos en veneno.

Me tomó dos horas prepararme. Elegí un conjunto que gritaba "intocable": una falda de cuero negra, una blusa de seda blanca translúcida y unos tacones de aguja de doce centímetros que me hacían sentir mucho más alta de mis escasos un metro sesenta. Me maquillé con cuidado, ocultando las sombras bajo mis ojos, y dejé mi cabello rojo libre, cayendo como una cascada de fuego por mi espalda.

Si iba a conocer a mi carcelero, quería que supiera desde el primer segundo que yo era la reina y él solo un peón prescindible.

Bajé las escaleras de mármol con una lentitud calculada. En el gran salón, el ambiente era tenso. Spencer estaba de pie junto al ventanal, hablando por teléfono en voz baja, probablemente cerrando algún trato millonario antes del desayuno. Pero mi atención se centró de inmediato en la figura que estaba de pie en el centro de la estancia.

No era un sargento de cincuenta años con olor a tabaco. Ni de cerca.

El hombre que me esperaba era joven, de una estatura imponente y hombros tan anchos que hacían que el salón pareciera pequeño. Llevaba un traje oscuro que, aunque impecable, parecía luchar por contener la musculatura de alguien que no ha pasado su vida detrás de un escritorio, sino en campos de entrenamiento. Su mandíbula era cuadrada, afeitada al ras, y su expresión era tan neutra que resultaba inquietante.

—Mia, finalmente —dijo Spencer, colgando el teléfono y acercándose—. Este es Liam Donovan. Liam, mi hermana, Mia Blackwood. Tu única prioridad.

Caminé hacia él, dejando que el sonido de mis tacones resonara con fuerza. Me detuve a menos de un metro, obligándolo a bajar la vista para encontrar la mía. Sus ojos eran de un azul acero, fríos y analíticos. No había rastro de admiración, ni de intimidación, ni siquiera de la curiosidad que la mayoría de los hombres muestran cuando me ven por primera vez.

—Así que tú eres el que ha venido a jugar a los soldaditos en mi jardín —solté, cruzando los brazos y dándole mi sonrisa más condescendiente—. Espero que sepas que soy muy difícil de complacer, Liam. Y me aburro rápido de las caras nuevas.

Él no parpadeó. Ni siquiera cambió su postura, con las manos entrelazadas detrás de su espalda en una posición militar perfecta.

—No estoy aquí para complacerla, señorita Blackwood —su voz era profunda, un barítono sereno que me produjo un escalofrío involuntario—. Estoy aquí para asegurar que llegue al final del día con vida. Sus opiniones sobre mi cara no forman parte de mi contrato.

Me quedé helada. ¿Señorita Blackwood? ¿Contrato? Nadie me hablaba así. Mis amigos se desvivían por mis halagos y mis antiguos chóferes temblaban cuando yo alzaba la voz.

—Qué elocuente —siseé, dando un paso más hacia su espacio personal—. Escúchame bien, Donovan. Mi hermano puede haberte contratado, pero yo soy la que decide si tu vida aquí es un paraíso o un infierno. Y ahora mismo, estoy inclinándome por la segunda opción. Tengo planes a las diez en el Soho. Trae el coche.

—El Soho ha sido cancelado —respondió él, sin mover un solo músculo.

—¿Perdón? —me reí, una carcajada seca y sin gracia—. Creo que no me has oído. He dicho que tengo planes.

—Y yo he analizado la ruta —continuó Liam, mirándome directamente a los ojos con una seguridad que me resultó exasperante—. El área es un cuello de botella logístico y el nivel de exposición es demasiado alto tras el incidente de anoche. Usted no saldrá de esta propiedad hoy a menos que sea en un vehículo blindado y hacia un lugar verificado por mí.

Giré la cabeza hacia Spencer, buscando apoyo, pero mi hermano mayor solo se encogió de hombros mientras revisaba su tableta.

—Te dije que era bueno, Mia. Hazle caso a Liam. Tengo una reunión en la ciudad.

Spencer salió del salón sin mirar atrás, dejándome sola con el muro de piedra que ahora era mi sombra. La furia burbujeó en mi pecho. Me acerqué tanto a Liam que podía oler su loción: algo que recordaba al bosque y al acero frío. Era un olor masculino, limpio y completamente irritante.

—Crees que eres muy listo, ¿verdad? —le dije en voz baja, con mi dedo índice golpeando su pecho firme—. Crees que porque tienes esos músculos y esa mirada de tipo duro voy a obedecerte. He doblegado a hombres mucho más peligrosos que tú con solo un chasquido de mis dedos.

Por primera vez, vi un destello de algo en su mirada. No era miedo. Era… ¿lástima?

—He estado en zonas de guerra donde el peligro no se anuncia con un vestido de seda, señorita Blackwood —dijo él, inclinándose apenas unos centímetros hacia mí—. He visto lo que la gente de verdad mala puede hacerle a las personas que creen que el mundo es un cuento de hadas. Usted cree que soy su enemigo porque le impido ir de compras. Yo sé que soy lo único que se interpone entre usted y un ataúd de pino. Así que, con todo respeto, guarde sus garras. No me impresionan.

Retrocedí un paso, sorprendida por su audacia. Mi rostro ardía, y no era solo por la rabia. La seguridad con la que hablaba, esa calma absoluta ante mis ataques, era algo que no sabía cómo manejar.

—Eres un empleado, Donovan. Nada más —le recordé, tratando de recuperar mi compostura.

—Soy su sombra —corrigió él—. Y a partir de hoy, donde usted vaya, yo iré. Si se baña, estaré tras la puerta. Si duerme, estaré en el pasillo. Si intenta escaparse por la ventana, la atraparé antes de que sus pies toquen el suelo. Acostúmbrese.

Le sostuve la mirada durante lo que parecieron siglos. Quería gritar, quería romper algo, quería abofetear esa expresión de suficiencia de su rostro perfecto. Pero algo en la profundidad de sus ojos azules me dijo que no ganaría esta batalla con un berrinche.

—Bien —dije, dándome la vuelta con un movimiento dramático de mi cabello—. Si vas a ser mi sombra, espero que te guste caminar. Porque voy a hacer que te arrepientas de cada segundo que pases a mi lado.

—Estaré esperando, señorita —respondió él a mis espaldas, con una voz que sonaba sospechosamente a un desafío aceptado.

Subí las escaleras de nuevo, pero esta vez no corría. Mi mente ya estaba trabajando. Liam Donovan creía que su entrenamiento militar lo había preparado para todo. Pero no lo había preparado para Mia Blackwood. Él quería protegerme, pero yo iba a destruirlo. Iba a encontrar su grieta, su debilidad, y cuando terminara con él, pediría de rodillas que Spencer lo enviara de regreso a su cuartel.

La guerra había comenzado, y yo no pensaba perder

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