Viktor Volkov
Jamás pensé que ver una sala blanca, repleta de luces frías y quirófano estéril, pudiera ser el lugar donde mi vida entera se quebrara para reconstruirse en algo mejor o el miedo de perder a uno de ellos cuatros. Tenía la bata quirúrgica, el gorro, la mascarilla, todo lo necesario… menos las palabras. No había una sola palabra en ruso, inglés o italiano que pudiera describir lo que sentía en ese momento.
Alina estaba en la camilla, medio dormida por la anestesia, pero consciente. Sus ojos estaban cansados, su cuerpo agotado, pero cuando me miró… todavía estaba ahí. Todavía era ella. Mi malyshka. Mi esposa. La madre de mis hijos.
Le tomé la mano mientras la doctora Romanov me indicó que podía quedarme junto a su cabeza. No lo habría hecho de otra forma. No pensaba dejarla sola ni un segundo.
—Estoy contigo —le dije, acercando mis labios a su frente—. Ya casi, mi amor. Solo un poco más.
Ella solo apretó mis dedos con debilidad, pero fue suficiente. Me quedé mirándola, acar