Alba
La recepción despliega su fasto a mi alrededor como un mar agitado de apariencias engañosas. Cada sonrisa educada es una hoja oculta, cada mirada una espada invisible que me atraviesa sin descanso. Estoy aquí, de pie en el centro del gran salón, vestida con un vestido cuyo tejido ligero delata mi agitación interior, frágil y desgarrada bajo este adorno de riqueza. El destello de los candelabros apenas ilumina la sombra que me devora.
A mi alrededor, los murmullos surgen, apagados pero cortantes. Los invitados están aquí, sonriendo, pero leo entre sus dientes apretados la sed de poder, de venganza, de triunfo sobre mí. Se congratulan de antemano, imaginando ya mi sumisión, mi colapso, mi impotencia. Caras conocidas, enemigos enmascarados como aliados, ojos cargados de malicia, de expectativa, de avaricia.
Apreto los puños detrás de mi espalda, tratando de contener la tormenta que ruge en mí. La rabia, el miedo, la tristeza se mezclan en un cóctel amargo. Cada gesto debe ser calcul