ALBA
El silencio del coche me oprime más que las palabras.
Paul mira por la ventana. Luisa juega con la correa de su bolso sin ser consciente de ello. Yo mantengo los ojos en la carretera, aunque conozco cada curva. El conductor no habla. Él sabe.
En mi pecho, una pregunta gira en bucle.
¿He hecho lo correcto?
¿De mostrarles las sombras? ¿De no preservarlas? ¿De no mentir más?
Podría haber embellecido. Dorado los ángulos. Hacerles creer que todo esto no era más que un decorado. Pero no. Les he tendido la verdad como un vaso de veneno.
Y ahora los llevo a ver... la otra faceta.
No los callejones ni la sangre.
El esplendor.
La belleza peligrosa.
La fachada del poder.
El hotel aparece por fin al doblar un camino bordeado de cipreses. Inmenso, inmaculado, posado en la cima de una colina como una corona olvidada. Su nombre está grabado en la piedra: La Villa Seraphina. Mi "regalo de compromiso", según las palabras de Massimo.
Un hotel de cinco estrellas. Reservado para aquellos cuyo nombre