ALBA
No se mueve.
Sostengo el sobre entre mis dedos. Me quema. No por su contenido. Por su simple existencia.
Él está ahí, inmóvil, pero todo en él invade el espacio: su mirada, su silencio, su presencia. Ni siquiera necesita avanzar. Ya está en todas partes. En el aire. En el mármol. En mí.
Coloco el sobre sobre la mesa baja del balcón. Lentamente. Como se lanza un guante al suelo.
— ¿No quieres saber qué hay dentro? —pregunta, siempre sin moverse, pero ya más cerca de lo que debería estar. Su voz se desliza sobre mi piel como una hoja caliente.
— No ahora.
Un silencio se instala. Pero no es un vacío. Es una trampa. Me encierra con él.
Él sonríe. Una sonrisa apenas esbozada, pero que presiona donde duele. Me mira como un depredador observa a una presa demasiado tranquila.
— Estás cambiando, Alba.
Lo miro fijamente. La brisa levanta mi vestido, revela más de lo que quisiera. Pero no me muevo para ajustarlo. No cedo.
— No estoy cambiando. Estoy recuperando.
— ¿Recuperando qué?
— Lo que