Alba
Todo es luz, pero una luz cruda, implacable.
El oro fluye de los candelabros como sangre coagulada, el cristal capta cada reflejo para devolverlo como una flecha, y los diamantes en los cuellos de las invitadas brillan más que sus sonrisas congeladas.
La villa ya no es un hogar, es una trampa tendida con cuidado.
Un teatro de mármol y veneno.
Y yo, en el centro.
Ofrecida, exhibida, sacrificada.
O al menos, eso es lo que ellos piensan.
Mi vestido negro, La Espada, parte la sala en dos con cada paso.
Negro, cortante, asimétrico. Un hombro desnudo, como una provocación. Como una falla intencionada.
Soy el arma bajo el estuche.
Las miradas me evalúan.
Algunos me desean.
Otros me temen.
Todos me subestiman.
Y yo, los observo.
Cada mueca. Cada brindis. Cada guiño.
La mentira rezuma de sus gestos, pero yo también miento a la perfección.
Mis padres me miran, orgullosos de mí.
Los invitados afluen.
Por oleadas de olores demasiado fuertes, de elogios demasiado educados, de risa