Alba
La mañana es clara, demasiado clara.
Ese tipo de luz que corta más que ilumina.
Todo aquí brilla.
El mármol, los cristales, los sirvientes con uniformes impecables.
Incluso las sombras parecen calculadas.
Estoy en la veranda.
Inmóvil.
El vestido marfil flota a mi alrededor como una mentira bien cortada.
Silueta congelada, corazón cerrado.
Hoy, dos mundos van a chocar.
Sandro regresa.
Y va a conocer a mis padres.
Aquellos que me acogieron, me amaron.
Aquellos que quizás ya no me reconozcan.
Un guardia se acerca.
Una sola frase, casi un susurro:
— El jefe está aquí.
Entra como se entra en una habitación que ya se posee.
Ningún ruido de pasos.
Solo la energía compacta, fulgurante, que transporta consigo.
Sandro De Santis: traje azul oscuro, camisa abierta justo lo necesario.
Sin corbata. No la necesita.
Es el tipo de hombre que no necesita alzar la voz para que los demás se callen.
Mi madre se endereza de inmediato, una sonrisa demasiado amplia en los labios.
Paul, por