Alba
El jet aterriza suavemente en la pista privada, tragado por el silencio de este mundo que nunca duerme pero sabe ser discreto.
Sin paparazzis ni curiosos.
Solo el ruido amortiguado de los motores, el aliento pesado de la noche y la luz cruda de los focos sobre el asfalto.
Ese tipo de noche en la que todo parece suspendido, demasiado tranquilo, demasiado nítido.
Estoy aquí, erguida, inmóvil, como una estatua de vidrio negro.
Un abrigo largo, estructurado, cerrado hasta la garganta. No por pudor. Por estrategia.
Cada detalle cuenta. Especialmente esta noche.
Mi mirada se fija en la puerta del jet.
Se abre con ese suspiro metálico que siempre anuncia más que una simple llegada.
Y los veo.
Luisa baja la primera, por supuesto.
Tacones demasiado altos para la pista, gafas sobredimensionadas en la noche, peinado indestructible.
Siempre ha elegido la versión de lujo de la maternidad.
Su vestido es demasiado elegante para un simple vuelo, su collar de perlas demasiado ostentoso, y su sonr