Alba
Todavía es de noche cuando me despierto.
No porque quiera. Porque siento que algo ha cambiado.
Una corriente de aire en la casa. Un escalofrío en las paredes. Una tensión sorda, casi imperceptible, como una bestia agazapada que contiene la respiración.
Me levanto en silencio. Descalza sobre el frío mármol. Cruzo el pasillo, cada paso más pesado que el anterior. La casa está tranquila, demasiado tranquila. Los guardias rara vez cambian de puesto antes de las seis. Apenas son las cuatro.
Pero lo siento.
Algo se está poniendo en marcha.
Y no estoy segura de ser parte de ello.
Bajo.
La luz está encendida en la oficina de Sandro. La puerta entreabierta. Una voz áspera se filtra a través.
— Estarán aquí al amanecer, dice él.
Me detengo.
No una palabra. No un gesto.
Contengo la respiración.
Otra voz responde. Carlo.
— ¿Estás seguro de que no los va a avisar?
— Ella todavía está aquí, ¿no? Si hubiera querido hablar, ya lo habría hecho.
Silencio.
Luego:
— Pero si vienen, es porque ella lo