La casa estaba en calma, pero dentro de Luciana, todo era un torbellino.
Había elegido.
A pesar de los miedos. A pesar de las dudas. A pesar de lo que había descubierto en el manuscrito de Alexander.
Ahora, él era su elección.
Pero ¿era suficiente solo elegirlo?
Mientras preparaba café en la cocina, sentía el peso de la noche anterior en su piel, en su pecho, en la forma en que sus pensamientos se negaban a calmarse. Había dormido junto a Alexander, pero el verdadero reto no era compartir una cama.
Era compartir una vida.
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Las Palabras No Dichas
Alexander apareció en el umbral de la cocina con su cabello despeinado y una camisa a medio abotonar. Se veía cansado, pero en sus ojos había algo más: una mezcla de devoción y cautela.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con voz ronca.
Luciana le pasó una taza de café y se apoyó en la isla, sin responder de inmediato. ¿Cómo se sentía?
Perdida. Expuesta. Enamorada.
—Diferente.
Alexander levantó una ceja mientras tomaba un sorbo de café.
—¿Diferente