Mi primera reacción fue de rechazo, porque estaba completamente segura de que no era el mejor momento para convertirme en madre; luego de eso me invadió el miedo y el horror, porque no tenía idea de cómo cambiaría mi vida, y porque me sentí una terrible persona al pensar que, por al menos un segundo, osé imaginar una vida sin ellas; pero, tras escuchar sus corazones latiendo con fuerza en mi interior, me di cuenta de que yo sería capaz de hacer absolutamente TODO POR ELLAS.
Leer más“Te robé unos calcetines” decía la nota que encontró ni bien despertó, estaba escrito en un blog de notas que siempre tenía sobre el buró, un blog donde él gustaba de escribir tonterías que siempre terminaban en nada, y fue ahí donde escribió una nota para esa joven que, posiblemente, no volvería a ver jamás.Mientras tanto, la joven que también creía no se encontraría de nuevo con ese sujeto, de nombre Humberto, entró al pequeño departamento que compartía con su mejor amiga, quien, desde el sofá en que había pasado una terrible noche, la miró con furia.—¡¿Dónde demonios estabas?! —preguntó Ariana en un grito, dejando el sofá y andando hasta una desalineada rubia que, contrario a la furia que fue cuando se fue de ese lugar la noche anterior, se veía de muy buen ánimo—. ¿Tienes idea lo preocupada que estaba?—Lo lamento —aseguró Elisa, abrazando a una chica que había terminado por llorar cuando al fin la atrapó—, debí llamarte, pero, ya sabes, mi celular...—Sí —declaró la Ariana—, ya
—¡Yo no vivo por aquí! —casi gritó Elisa, y Humberto sonrió antes de fingir que no había escuchado ese reclamo de una joven, subiendo la velocidad de la moto para no tener que escuchar su siguiente queja.Y la treta le dio buen resultado pues, en respuesta al aumento de velocidad, la rubia se aferró al cuerpo del hombre con más fuerza, complaciéndolo mucho más.Humberto no podía negar que esa joven le había encantado desde que la vio, tanto que incluso se emocionó tras verla ir de la barra a directo hasta su mesa y, aunque le sacó de onda que le gritara tonterías y le aventara un zapato, la verdad es que incluso eso le encantó de ella.Y ahora estaban ambos ahí, a la entrada de su departamento, con él haciendo todo lo posible por borrar el trago amargo que los dos habían tenido al conocerse, porque él no la había pasado precisamente bien siendo insultado y golpeado, y había sido obvio para él que ella tampoco pasó por un momento grato, de otra manera no había terminado llorando a medi
—¡Devuélveme mi zapato! —exigió la joven rubia, intentando sostenerse en un pie, en el pie que no estaba descalzo.—¿Por qué? —preguntó un azabache de ojos claros, sosteniendo en su mano el zapato que la joven pedía mientras se divertía con la molestia de la chica—, si tú me lo aventaste.Él tenía razón, las cosas habían sido tal como ese joven hombre lo mencionaba, pero todo había sido un error de ella que pagaría caro haberse equivocado, o al menos ese era el plan del joven azabache que terminó levantándolo más alto para que ella no pudiera alcanzarlo, ni brincando.—Que… me… des… mi… zapato… —pidió la rubia, brincando en una pierna, intentando alcanzar algo que le pertenecía, y que no pensó que perdería de semejante manera.Pero ese sujeto era más alto que ella, con su mano levantada no lo lograría jamás, así que ella simplemente desistió.Elisa estaba demasiado avergonzada, y también estaba furiosa consigo misma por haberse puesto en esa situación, como para seguir siendo la prota
—Cásate conmigo —pidió el hombre de cabello completamente oscuro, de piel clara y ojos divinamente azules.La rubia de cabello corto y lacio, de ojos café claro, casi miel, no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la sorpresa de lo que escuchaba, y se debió obligar a parpadear en repetidas ocasiones para retomar el control de sus músculos faciales, y así poder cerrar la boca que la sorpresa le abrió.—Ni siquiera somos de la misma especie —parafraseó la joven algo que ese joven empresario hubiese dicho una vez de ella, y a Humberto no le quedó más que fingir que ese golpe que ella tiró no le había dado de lleno.—Elisa bonita —habló el azabache, acercándose a la rubia que temblaba ante su cercanía, y sobre todo ante el dulce tono que les había impreso a esas palabras ese hombre que no podía negar que le encantaba, a pesar de lo mucho que lo detestaba—, ¿de qué estás hablando? Ambos somos seres humanos, ¿o no?La mencionada sonrió con sorna, y tal vez se reía de la ironía, per