Mi primera reacción fue de rechazo, porque estaba completamente segura de que no era el mejor momento para convertirme en madre; luego de eso me invadió el miedo y el horror, porque no tenía idea de cómo cambiaría mi vida, y porque me sentí una terrible persona al pensar que, por al menos un segundo, osé imaginar una vida sin ellas; pero, tras escuchar sus corazones latiendo con fuerza en mi interior, me di cuenta de que yo sería capaz de hacer absolutamente TODO POR ELLAS.
Leer más—Cásate conmigo —pidió el hombre de cabello completamente oscuro, de piel clara y ojos divinamente azules.
La rubia de cabello corto y lacio, de ojos café claro, casi miel, no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la sorpresa de lo que escuchaba, y se debió obligar a parpadear en repetidas ocasiones para retomar el control de sus músculos faciales, y así poder cerrar la boca que la sorpresa le abrió.
—Ni siquiera somos de la misma especie —parafraseó la joven algo que ese joven empresario hubiese dicho una vez de ella, y a Humberto no le quedó más que fingir que ese golpe que ella tiró no le había dado de lleno.
—Elisa bonita —habló el azabache, acercándose a la rubia que temblaba ante su cercanía, y sobre todo ante el dulce tono que les había impreso a esas palabras ese hombre que no podía negar que le encantaba, a pesar de lo mucho que lo detestaba—, ¿de qué estás hablando? Ambos somos seres humanos, ¿o no?
La mencionada sonrió con sorna, y tal vez se reía de la ironía, pero ese déjà vu, donde ambos habían intercambiado papeles y cuyo ambiente era completamente opuesto al de la última vez que ellos usaron esas palabras, era tanto hilarante como molesto.
—No juegue conmigo, señor Valtierra —pidió la rubia, evitando que la mano de ese hombre le acariciara el rostro, tal cual pretendía hacerlo—, sabe muy bien de lo que hablo, porque son sus palabras lo que acabo de decir.
—¿Y acaso no son tus propias palabras con lo que te respondí? —preguntó Humberto, sonriendo descaradamente—. Es cierto que yo dije primero que no éramos de la misma especie, pero, cuando lo dije, yo era demasiado idiota, así que estaba equivocado, y de ti aprendí una gran lección: ambos somos iguales y podemos estar juntos.
Elisa le miró como si él estuviera completamente loco, la joven incluso debió negar con la cabeza para sacarse del shock en que estaba cayendo, pues no era momento de congelarse.
Y es que ella sabía muy bien que, congelarse frente a ese hombre significaba que había caído en sus redes y que sería arrastrada por él hasta donde sus caprichos dieran, pero ella ya no tenía edad, y tenía demasiadas responsabilidades, como para dejarse llevar por un sujeto que, para ella, seguía siendo demasiado idiota, de otra forma no le estaría proponiendo matrimonio a alguien estaba a nada de odiarlo sobremanera.
—Jamás dije que podríamos estar juntos —aseguró la joven rubia, retrocediendo un par de pasos para poner distancia entre ese hombre y ella—. Yo también aprendí una lección aquella vez, y esa fue que, aunque ambos fuéramos seres humanos, lo cierto es que somos tan diferentes que podríamos ser de diferentes especies, tal como usted lo mencionó.
Humberto rodó los ojos. Viendo lo asustada que esa chica se vio cada que la sacó de problemas, él jamás se imaginó que ella tendría el valor de negarse a sus caprichos. Pero eso no le molestaba, no del todo, al menos, y es que había algo en su altanería que le encantaba un poco.
—Bien, pues en eso estamos a mano entonces —declaró Humberto de la nada, quizá por eso Elisa no entendió bien las intenciones del comentario, desafortunadamente para ella, él la ilustró con lo que quería decir, y eso era algo que odiaba tener que escuchar, a pesar de ser la pura verdad—, ambos aprendimos algo del otro, después de todo; pero, también después de todo, yo he puesto más en nuestra relación que tú.
A Elisa le sudaron las manos, y sintió de nuevo unas náuseas que no había sentido desde que se enteró de que estaba embarazada un par de años atrás, y fue justo esa comparativa lo que le presagió a la joven que, tal como en aquel entonces, lo que seguía no sería precisamente bueno para ella.
—Sabía que usted no era una buena persona, señor Valtierra —declaró la joven, con ganas de llorar debido a la impotencia que estaba sintiendo—, pero no esperaba que fuera tan mezquino como para cobrar los favores dados a pesar de que no le fueron pedidos.
—Pedido o no, yo te ayudé —señaló Humberto, que tampoco tenía buen sabor de boca echándole en cara la ayuda que le dio de corazón, pero él se valdría de todo lo que en sus manos estuviera para obtener un sí de esa chica—, y ahora soy quien necesita ayuda. ¿No sería justo que me ayude a quien antes ayudé?
—¿Ayuda? —preguntó Elisa, tan contrariada por el ritmo que estaba tomando la conversación, que se interesó sin querer en lo que no debía interesarle.
—Si no me comprometo pronto, mi abuela me desheredará —explicó Humberto y Elisa le miró confusa pues, efectivamente, eso era algo que a ella no le interesaba, no hasta que el hombre dio más razones de que fuera ella quien se comprometiera con él—, y si me deshereda, pues perderé todo, incluso ese edificio donde está la cafetería casi restaurante en que invertí hace poco.
Elisa suspiró, esa cafetería casi restaurante era su negocio, uno que le había costado mucho emprender y que, si no fuera porque ese sujeto le tendió la mano, aunque ella no se lo pidió, tiempo atrás habría cerrado y la habría dejado en la ruina y envuelta en una deuda que no podría pagar jamás.
» Entonces, ¿qué dices, Elisa bonita? ¿Me darías un poco de tu ayuda? —cuestionó Humberto, sonriendo al ver la resignación en el rostro de la chica que quería para siempre a su lado, y ella volvió a suspirar antes de hablar.
—De acuerdo —concedió Elisa Alatorre, sintiendo cómo su estómago se anudaba, igual que algo en su garganta—, me convertiré en tu prometida.
Humberto Valtierra sonrió, complacido, pero eso fue solo hasta que la rubia abrió la boca de nuevo, exigiendo una condición que le hizo rabiar, pero a la que no diría que no, aunque no pretendiera cumplirla, en realidad.
» Pero no nos casaremos jamás —condicionó la bella Elisa, acomodando detrás de su oreja su corto y lacio cabello, al mismo tiempo que carraspeaba para deshacerse de su incomodidad por estar aceptando lo que no quería hacer—. Señor Valtierra, le ayudaré con su plan porque le debo demasiado, y porque me conviene demasiado, también, pero no me casaré con usted nunca.
—De acuerdo. Hagámoslo así —farfulló el mencionado, con la ira burbujeándole en el estómago, porque él definitivamente no le diría que no a esa chica cuando ella ya había dicho que sí.
Humberto Valtierra había luchado mucho por tener a la joven justo donde en ese momento la tenía: en sus manos; así que no podía dejar que sus malos sentimientos echaran todo a perder.
Y, pensando en que no valía la pena molestarse demasiado, el hombre respiró profundo, tranquilizándose, pues, de todas formas, Elisa Alatorre terminaría casada con él, y juntos se convertirían en la familia más feliz del universo; y es que, al igual que ella, que haría todo por sus hijas, él también haría TODO POR ELLAS: sus dos amadas hijas y la mujer que amaba con toda su vida, aunque antes no lo hubiera sabido demostrar.
Tras lo que parecían interminables meses de gestación, de cambios, de pleitos que terminaban con la pareja llorando, abrazados y pidiéndose perdón, el día del parto llegó finalmente.Elisa sabía que no sería fácil, Humberto lo intuía, y fue por eso que el joven padre estuvo al lado de su amada en todo momento, sosteniendo su mano y brindándole palabras de aliento. Era un día lleno de emociones y expectativas, tanto de alegría como de incertidumbre.Elisa, aunque agotada, adolorida y asustada sentía una paz inigualable al tener a Humberto junto a ella, compartiendo cada instante de ese momento único, fue ahí que entendió lo que ese hombre le había dicho cuando su embarazo fue descubierto: había cosas que lamentarían al vivirlas juntos por primera vez cuando hubo una vez anterior en que no estuvieron juntos.—Lo lamento —dijo la rubia entre gemidos de dolor y jadeos por el cansancio que todo su esfuerzo dejaba en su cuerpo—, debiste estar en el otro embarazo… de verdad, lamento haberte q
—Síndrome de Couvade —informó el médico y los esposos se miraron con más miedo que extrañeza—, es algo que los médicos llamamos embarazo empático y, a grandes rasgos, tiene que ver con la necesidad de un hombre de proteger a su pareja de los malestares del embarazo.—Ni siquiera sabíamos que estoy embarazada —declaró la rubia, sin dejar de mirar al médico, pero apuntando con su mano hacía Humberto y hacia ella alternamente,—Bueno —habló el médico—, aunque esto suena a psicológico, la verdad es que tiene una explicación física. Algunos expertos creen que los cambios hormonales producidos durante el embarazo en el cuerpo de la mujer podrían afectar a su vez a las hormonas del hombre, disminuyendo los niveles de testosterona de los afectados y esto, a la vez, aumenta la prolactina, que es una de las principales hormonas relacionadas con el embarazo, lo que produce los síntomas del embarazo, precisamente; además, la baja testosterona puede provocar ansiedad, y si está pasando por una sit
El inicio no fue difícil, aunque sí un poco cansado, sobre todo para Humberto que continuaba teniendo demasiado trabajo en su nuevo cargo, pero Elisa estaba feliz de volver al lugar que, más que ningún otro, se sentía como su hogar, y las niñas pronto se acostumbraron a más gente en su vida, incluyendo la de su nueva guardería.Sin embargo, lo que al principio parecía un arreglo temporal y manejable, pronto se convirtió en una fuente de tensión constante. Humberto empezó a sentirse cada vez más cansado y a demostrar su molestia, como solo sabía mostrar todas sus malas emociones: con mal humor y hasta un poco de ira.Las discusiones con Elisa Alatorre se volvieron más frecuentes y acaloradas. Humberto ansiaba volver a su vida “normal”, aquella en la que cada cosa tenía su lugar y no había sorpresas ni cambios constantes. Su frustración era palpable y, aunque intentaba ocultarla, su carácter emocional lo traicionaba en cada interacción.Elisa, observadora y sensible, notó los cambios en
Elisa Alatorre meditaba en silencio sobre la próxima decisión que debía tomar. El dilema la había mantenido despierta por las últimas noches, pero sabía que ayudar a su cuñada con la administración del restaurante era lo correcto.El embarazo de su cuñada estaba en una etapa tan avanzada que ya no solo ella estaba teniendo problemas para asistir al trabajo, lo hacía también su hermano que debía cuidar, no solo el negocio, sino también a sus amados sobrinos y a su cuñada que estaba, como ella misma decía, súper embarazada, y la rubia no podía quedarse de brazos cruzados mientras la familia necesitaba su apoyo.Al mismo tiempo, Elisa estaba consciente del impacto que su decisión tendría en Humberto. Él no estaba contento con la idea de que ella se llevara a las gemelas a su ciudad natal ni siquiera de vacaciones, alejarlas de él por más tiempo seguro que no sería una idea que le encantaría.Pero no había otra opción, Humberto ahora encargado de la empresa de su padre, quien, decidido a
—No puede pasar —soltó con firmeza Elisa, interponiéndose entre su casa y la madre de su esposo.Ni bien abrió la puerta, a la rubia le tocó enfrentarse a una cantaleta grosera y cansona de parte de una mujer que se presentó justo así, como la madre de Humberto Valtierra, el idiota al que, según las palabras de esa mujer, ella no podría estafar jamás.—Esta es la casa de mi hijo —vociferó con furia la mayor, deteniendo sus pasos a fuerza de la rubia mujercita que, con los brazos cruzados al frente, no se movía de debajo del marco de la puerta.—Sí —respondió Elisa sin perder la calma—, pero también es mía, y sé por Humberto, y por la abuela de Humberto, que usted no tiene buenas intenciones hacia mí o hacia mis hijas, así que no puede pasar a mi hogar. Ahora, si no le molesta, retírese, por favor.—Por supuesto que me molesta —declaró la mayor entre dientes, pues estaba usando todas sus fuerzas en contenerse de tomar a la rubia con ambas manos y comenzar a hacerla jirones cuál hoja de
—Ni siquiera nos parecemos —farfulló Humberto, abrazando por la cintura al par de niñas, que tenía sentadas en un altillo de la cocina, mientras las veía con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo confundieron conmigo?Elisa, que terminaba de servir el té frío en una jarra para llevarlo a la sala y compartirlo con la abuela y el padre del padre de sus hijas, giró la cabeza para poder mirar al hombre que, al parecer, les reclamaba cosas a dos niñas que ni siquiera tenían dos años.—¿No estás esperando que te expliquen, o sí? —preguntó la rubia, más que confundida, entonces el hombre que juraba amarla la miró casi molesto—. Tienen año y medio, Humberto, y las conoces de toda la vida, sabes bien que te confunden con todo hombre que les pasa por enfrente.—Ya no me confunden tanto —alegó el mencionado, lento, como si de esa manera quedaría completamente claro lo que él decía—, y me ofende que me confundieran precisamente con él.—Ay, por favor, Humberto —pidió la rubia, volviendo la cara a
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