El silencio en la habitación se volvió insoportable. Luciana sostenía el teléfono con la imagen congelada de Alexander y Camila abrazándose. Una escena del pasado, pero que ahora se sentía como una traición recién cometida.
—¿Cuándo fue esto? —preguntó, sin apartar la vista de la pantalla.
Alexander se acercó despacio, como si cada paso pudiera romper algo más.
—Fue antes de todo esto. Antes de ti. Antes del libro. Antes de que yo entendiera lo que estaba en juego.
Luciana lo miró por fin.
—Pero no fue antes de la verdad. Esa ya la conocías.
Alexander no supo qué decir. Y en su silencio, Luciana sintió algo que dolía más que el engaño: la decepción.
Ella se levantó del sillón. Caminó hacia la ventana mientras las luces de la ciudad iluminaban las cortinas con un tono dorado y distante. Se abrazó a sí misma, no para consolarse, sino para contener todo lo que no gritó.
—Luciana… —intentó Alexander.
—No —lo detuvo ella, girándose con firmeza—. No me expliques. No me expliques lo que fue.