Ginebra los recibió con un cielo gris, el tipo de gris que no prometía tormenta pero tampoco paz. Desde el aeropuerto, una comitiva oficial los trasladó directamente al hotel cinco estrellas donde se hospedarían junto a otros oradores del Congreso Internacional de Derechos Humanos. El evento se perfilaba como uno de los más importantes del año: presidentes, premios Nobel, activistas y periodistas de todo el mundo estarían allí.
Pero Luciana sabía que no estaban siendo celebrados. Estaban siendo observados.
Apenas llegaron a la suite, Alexander activó un bloqueador de señal. Habían aprendido a tomar precauciones desde que las amenazas se volvieron parte de la rutina. El arreglo floral que los esperaba sobre la mesa tenía un lazo dorado. Luciana no lo tocó.
—No confíes ni en las flores, ¿eh? —intentó bromear Alexander.
—No confío en las flores que llegan sin nombre —respondió ella, abriendo la maleta sin apartar la vista del ramo.
La primera reunión fue con los organizadores del Congres