Luciana no había olvidado el video.
Podía hablar con Alexander, reconstruir la confianza, planear confrontaciones con Camila o preparar el lanzamiento de su libro, pero el recuerdo de esa imagen suya—dormida, desnuda, grabada sin su consentimiento—la seguía como una sombra adherida a la piel. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía: la vulnerabilidad expuesta, la violencia del silencio, la certeza de que había sido profanada sin siquiera ser tocada.
Esa noche, no podía dormir. Se levantó, cruzó la habitación oscura y encendió su cuaderno. Escribió una sola frase:
“Me miraron como si no fuera yo. Me robaron hasta el sueño.”
Alexander la observaba desde la cama. Después del perdón, después del acuerdo para seguir juntos, había espacio para otra cosa: venganza. Justicia. Reparación.
—No podemos dejarlo así, Lu —dijo con voz ronca desde la almohada.
Luciana lo miró, sin responder. Volvió a escribir.
“La venganza es una palabra masculina. La justicia, femenina. Yo elijo la segunda.”
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