Las semanas que siguieron a su unión fueron un respiro, casi un paréntesis entre el caos que habían vivido y lo que sabían que se avecinaba. Darian había cumplido su palabra: la llevó lejos de la villa, lejos de los recuerdos pesados y las intrigas del Concejo. Eligió para su luna de miel un rincón apartado del mundo humano, donde la playa se extendía como un manto de plata y las noches parecían diseñadas solo para ellos.
Elena nunca había conocido una calma semejante. Durante años había vivido con la incertidumbre sobre quién era realmente, marcada por un accidente que casi la había destruido y por las manipulaciones de Leo Álvarez. Ahora, de pronto, se encontraba compartiendo cada amanecer y cada anochecer con un hombre que la miraba como si fuera lo único que importaba en el universo. Lo más sorprendente era que, a pesar de la intensidad que él irradiaba, Darian sabía darle espacio. La dejaba explorar, preguntar, equivocarse, reír. Y al mismo tiempo, la hacía sentir protegida, ancl