(Punto de Vista de Catalina – 22 semanas de embarazo)
El invierno llegó de golpe, como si alguien hubiera abierto una puerta al Ártico.
Los viñedos se cubrieron de escarcha, el mar se volvió gris acero y la fortaleza se llenó de chimeneas encendidas y olor a castañas asadas.
Habían pasado tres semanas desde el 13 de diciembre y, por primera vez en años, en la casa Mancini reinaba una paz extraña.
Una paz que avecinaba el peligro.
Los niños habían transformado el lugar.
Rosalia y Misha pintaban murales en los pasillos (flores rojas y lobos sonrientes). Luan había aprendido italiano viendo dibujos animados y ahora insultaba a Enzo en perfecto dialecto palermitano. Arben construía drones con piezas que le enviaba Gia De Luca. Y Anya… Anya se había convertido en la sombra de mi barriga. Donde yo iba, ella iba. Si me sentaba, se sentaba a mis pies. Si me levantaba, me seguía con un vaso de agua o una manta.
Esa mañana de enero, me desperté sola en la cama.
Dario ya no estaba. A cambio, hab