Elsa miró la dirección del hotel que Damián le había enviado, sintiendo que le quemaba la palma de la mano. Faltaban tres días para el martes. El futuro que había pautado con Leo, y la pasión prohibida con Damián, chocaban en su mente, creando un mar de confusiones del que no podía escapar.
Leo acababa de salir de la ducha. Entró en el dormitorio envuelto en una toalla, y su primera acción no fue encender la televisión o buscar su móvil, sino detenerse junto al armario para mirarla.
- "Oye," le dijo con voz suave, la clase de voz que usaba cuando ella debía cuidarse. "¿Te sientes bien, por favor no rompas con tu dieta? Recuerda lo que dijo el médico. No importa lo que esté pasando a tu alrededor, tu salud es lo primero."
Luego, sin que ella lo esperara, se acercó y la abrazó. No fue un abrazo pasional, sino uno protector, el abrazo de un hombre que se preocupa por su bienestar. Leo no solo la apoyaba en la construcción de su vida, sino que era el guardián de su salud. Él se encargaba