El pacto que habían sellado en el café no trajo paz, solo una ansiedad administrada. Elsa había
intentado, con un esfuerzo casi cómico, reavivar la llama con Leo. Había comprado lencería nueva (la misma que Damián había imaginado en el coche), había encendido velas en el salón y había tomado la iniciativa en la cama. La respuesta de Leo fue siempre la misma: un beso rápido en la frente, un murmullo sobre un borrador de presupuesto, y la espalda girada hacia ella.
Leo no notaba la ausencia de sexo porque estaba demasiado ocupado construyendo el futuro. Pero Elsa notaba la presencia del sexo.
Después del tercer encuentro, donde hubo caricias y el sexo oral, Damián había presionado. Volvieron a verse dos veces más, encuentros fugaces de diez minutos después del trabajo, solo para besarse.
Elsa se aferraba a esos besos, pero se separaba bruscamente, con el corazón martilleando por el miedo a ser descubierta.
"Me estás volviendo loco," le dijo Damián en el último encuentro, con la voz ás