—¿Convencerme? —preguntó Lionetta, volviendo el rostro hacia Angelo—. Creí que no tenía elección —añadió con una sonrisa sarcástica. Las palabras salían de su boca antes de que pudiera detenerse a pensarlas—. Ya sabes… debo seguir interpretando mi papel de esposa perfecta.
—Sé que estás molesta…
—¿No me digas? —espetó ella—. ¿Y qué te hizo darte cuenta?
Volvió a mirar por la ventanilla, sintiendo cómo la ira comenzaba a evaporarse tan rápido como había llegado. En su lugar, un nudo se formaba en su garganta.
El silencio volvió a llenar el vehículo, mientras avanzaban por la carretera.
—Cuando me enteré de que estabas en casa de tus padres, lo primero que pensé fue que, al fin, me habías dejado —admitió Angelo—. Y no puedo decir que no me lo habría merecido. Ayer no me comporté muy bien.
—No, no lo hiciste —replicó Lionetta aun sin mirarlo.
—Tendría que haberte escuchado —continuó él en voz baja—. Era lo mínimo que merecías después de todo lo que me has dado este último mes y medio. De