La mañana filtró su luz tenue a través de las cortinas del dormitorio de Elías. Valeria se vestía con calma. De pronto, unos brazos fuertes la rodearon por la cintura, deteniéndola.
—No quiero dejarte ir —murmuró Elías contra su nuca, su voz ronca por la noche de pasión y la desazón de la despedida.
—Trataré de volver pronto —prometió ella, girándose en su abrazo.
Pero la promesa se quebró cuando él la besó. No fue un beso de despedida, sino de posesión, de una necesidad que parecía no tener fondo. Valeria se dejó llevar, respondiendo con la misma urgencia, y por unos minutos más, el mundo y sus problemas se desvanecieron entre las sábanas revueltas. Nunca era suficiente.
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Finalmente, ya bien entrada la mañana, Valeria llegó al hotel Tristal. Encontró a Mauricio recostado en la cama de la suite, con aspecto cansado pero con los ojos brillando de determinación.
—Cuéntame —pidió Valeria, cerrando la puerta—. ¿Qué era tan urgente?
Mauricio se incorporó y, sin mediar palabra, le