Inicio / Romance / Amor Inesperado. / Bajo Lluvia y Secretos.
Bajo Lluvia y Secretos.

El lunes empezó con la misma rutina que Valentina ya conocía demasiado bien: ascensor, saludos automáticos, teclado, monitor y silencio. Pero algo en ella estaba distinto. La vibración constante del teléfono, esa pantalla iluminándose con un mensaje de “A.” la había dejado inquieta toda la noche. Había intentado dormir, cerrar la mente, olvidar por un momento, pero el mensaje seguía ahí, marcado en su memoria como una mancha que no podía limpiar.

“No escribas todavía”, se dijo. “No respondas. Ignóralo. Es solo un mensaje.”

Pero apenas abrió la bandeja de entrada del teléfono, otra notificación apareció:

A.: “¿Estás bien?”

Valentina cerró los ojos y respiró profundo. ¿Por qué le afectaban tanto esas palabras? Era absurdo. Ni siquiera sabía quién era realmente, y aun así, sentía que podía leerla mejor que cualquier otra persona en su vida. Intentó concentrarse en los informes que debía entregar ese día, pero las cifras y los gráficos comenzaron a mezclarse en un caos incomprensible.

Decidió levantarse, caminar un poco por la oficina y ordenar sus documentos. Alexander aún no había llegado, y la ausencia de su mirada fría le daba un respiro, pero solo por unos minutos. La puerta de vidrio de su oficina se abrió y se cerró de golpe, y su corazón se sobresaltó antes de darse cuenta de que era solo la secretaria del piso saludando a un mensajero.

Mientras Valentina acomodaba unas hojas, su teléfono vibró de nuevo:

V: “Estoy bien.”
A.: “¿Seguro? Se nota en tus ojos que no lo estás.”

El escalofrío volvió a recorrerle la espalda. Su instinto le decía que no debía responder. Sin embargo, antes de que pudiera bloquear la aplicación, una voz detrás de ella interrumpió:

—Señorita Vega, ¿podría revisar estos reportes antes del mediodía? —era la voz neutra, precisa, de Alexander.

Valentina tragó saliva y levantó la vista. Él estaba allí, camisa blanca impecable, chaqueta sobre el brazo, mirada fría como el hielo que parecía recubrir su oficina. No dijo nada más; dejó los documentos sobre su escritorio y se retiró.

Valentina tomó aire, intentando sacudirse la sensación de ser observada desde todos los ángulos. Sabía que Alexander no era “A.”, aunque cada vez le costaba más convencerse de ello. La diferencia de tonos, las palabras cuidadas, los silencios estratégicos… todo parecía diseñado para confundirla.

Durante la mañana, intentó concentrarse. Los correos se acumulaban, las llamadas entraban y la impresora no dejaba de emitir su zumbido constante. Sin embargo, la pantalla de su teléfono seguía brillando, y con cada vibración, su mente volvía a los mensajes de “A.”.

Finalmente, se levantó del escritorio, tomó su bolso y decidió salir un momento. Necesitaba aire, claridad. La lluvia todavía caía fina, pero la ciudad olía a tierra mojada y a café recién hecho, una mezcla que Valentina encontraba extrañamente reconfortante. Caminó unas cuadras hasta la cafetería donde había conocido a Lucca la semana anterior.

—¡Valentina! —dijo él con una sonrisa al verla entrar—. Justo estaba por pedir otro café. ¿Te unes?

Ella dudó un segundo, recordando los mensajes de “A.”, pero finalmente sonrió.

—Claro, gracias. Solo necesito despejar la mente un poco.

Se sentaron junto a la ventana. La lluvia golpeaba suavemente el cristal y el aroma a pan recién horneado y café caliente llenaba el pequeño espacio. Lucca pidió un latte con canela y chocolate, y ella un americano.

—Pareces cansada —comentó él, observando sus ojeras—. ¿Trabajas demasiado?

—Más o menos —dijo Valentina, dejando escapar un suspiro—. La oficina… bueno, no es fácil.

—Lo sé —respondió él con calma—. A veces parece que los jefes solo viven para recordarte lo que estás haciendo mal, ¿verdad?

Valentina rió, una risa leve, más ligera que cualquier cosa que había dejado escapar en los últimos días.

—Exacto. Pero a veces uno se acostumbra… —se corrigió—. O al menos intenta.

Lucca sonrió y asintió. Había algo en su forma de escuchar, en cómo dejaba espacio para que ella hablara, que hacía que Valentina se sintiera escuchada de verdad.

—Entonces, ¿qué tal si dejamos el trabajo afuera por un rato? —propuso él—. Solo café, lluvia y nada más.

Ella asintió, dejando que por primera vez en semanas, los problemas del trabajo y la tensión con Alexander desaparecieran por un momento.

—Me alegra que hayas venido —dijo Lucca—. A veces no nos damos cuenta de cuánto necesitamos un respiro hasta que lo conseguimos.

Valentina sonrió de verdad, sintiendo cómo la ansiedad disminuía. Sin embargo, su teléfono vibró de nuevo, recordándole que su otro mundo aún existía.

Nuevo mensaje de A.: “¿Quién te está haciendo sonreír así?”

Valentina dejó el teléfono sobre la mesa, intentando ignorarlo. Sus dedos temblaron un instante antes de sostener la taza de café. No quería responder. No quería que su burbuja se rompiera. Pero el mensaje la hizo sentir vulnerable, expuesta.

—¿Todo bien? —preguntó Lucca, notando su mirada distraída.

—Sí, sí… solo… mensajes del trabajo, nada importante —mintió con una sonrisa débil.

Lucca la observó un segundo más, pero no insistió. Continuaron hablando de cosas triviales: películas, música, cafés favoritos. Todo parecía ligero, sin peso, y eso era justo lo que Valentina necesitaba.

La tarde llegó demasiado rápido. Regresaron a la oficina con el cuerpo más relajado, pero la mente de Valentina estaba dividida. Alexander había llegado ya, caminando entre los escritorios con su habitual paso firme, manos en los bolsillos y mirada que parecía escanear a cada empleado. Cuando cruzó frente a su mesa, la observó por un instante más largo de lo normal, y Valentina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Él no dijo nada, pero ese instante bastó para recordarle que en su mundo nada era simple ni seguro.

Los minutos pasaban lentamente. Cada notificación del teléfono era un recordatorio de la tensión que aún no podía resolver. ¿Responder o no responder? Esa era la pregunta que no le dejaba en paz. Cada mensaje de “A.” la hacía sentir culpable por disfrutar del café con Lucca, pero al mismo tiempo le daba un pequeño alivio, una especie de calor que no podía ignorar.

Finalmente, se decidió a revisar los reportes finales del día. El teclado resonaba bajo sus dedos mientras organizaba las hojas, corregía cifras y verificaba cada detalle. Alexander pasó junto a su escritorio sin decir una palabra, pero la sensación de que la estaba evaluando persistió. Cada respiración se volvió consciente, cada movimiento parecía vigilado.

Cuando llegó la hora de salir, Lucca la esperaba en la entrada.

—Listo para otro café de rescate —bromeó él.

Valentina sonrió, y por primera vez ese día, se permitió reír de verdad.

—A este paso me dará taquicardia —dijo, dejando atrás los informes, las miradas y los mensajes por un rato.

Mientras caminaban hacia la cafetería, Valentina recibió un último mensaje de “A.”:

A: “Disfruta el momento. Solo asegúrate de no olvidar quién te observa.”

El corazón le dio un vuelco. Sus manos temblaron al sostener el teléfono. ¿Quién? La ambigüedad era casi insoportable. Pero por un instante, decidió no mirar atrás, no cuestionar.

Se permitió caminar bajo la lluvia ligera, acompañada de alguien que la hacía sentir viva. Esa mezcla de miedo, deseo y alegría la descolocaba, pero también le recordaba que, por primera vez en mucho tiempo, podía elegir disfrutar algo sin culpa.

Mientras tomaban asiento en la cafetería, Valentina guardó el teléfono en el bolso y cerró los ojos un momento. La lluvia seguía cayendo, el aroma a café llenaba sus sentidos y Lucca le sonreía, confiado y amable.

Por primera vez, el mundo parecía un poco menos complicado. Pero su intuición le decía que el juego apenas comenzaba.

Porque aunque disfrutara de ese momento con Lucca, y aunque Alexander la mirara con esa intensidad que la dejaba sin aire, había alguien más allí, invisible, moviendo las piezas. Y ese alguien conocía cada pensamiento, cada miedo y cada deseo de Valentina.

Y mientras la tarde se deslizaba lentamente, con el café caliente entre las manos y la lluvia golpeando suavemente el cristal, Valentina entendió que no podía ignorar a “A.” por mucho tiempo. La pregunta era: ¿quería realmente descubrir quién estaba detrás, aunque eso cambiara todo?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP