Todo lo que fue aquel hombre borracho era una parte de mi vida que deseaba olvidar, a pesar de que fue a tan solo minutos atrás.
No me permití darle detalles a Leah ya que hoy es su noche, no podía arruinarla con mis estupideces cuando hace poco subió de rango y eso ameritaba un motivo de celebración como el emborracharnos hasta que nos parezca buena idea hacernos un piercing. —¡Chicas! ¡Hay que hacernos un piercing! —Y Adeline era el claro ejemplo de ello. Una borracha en todo su esplendor que solo busca influenciar a sus amigas al mal lado, entregando copas de los más finos licores. —¡Estoy tan feliz de verlas! —Y aparte de mala influencia. Es gritona. —Adeline, aún no vamos con mis colegas y ya estás borracha. —¡Es que mi manager me brindo los tragos! —Adeline dio pasos torpes hacia nosotras, sosteniéndose de mi brazo para no caerse. —Mejor vamos con los chicos. —Dijo Leah, a lo cual sosteniendo entre las dos a Adeline, fuimos a aquella mesa que había apartado Leah y sus colegas para la noche. Era una mesa apartada, que para nuestra mala suerte estaba subiendo unas cuantas escaleras para poder llegar. Fue difícil, ya que Adeline se tropezaba con cada escalón. Pero no imposible. Cuando llegamos estábamos algo parecido a la zona vip de las discotecas, y si en verdad lo era entonces lo desconocía. Mi vida no contaba con tanto lujo desde hace años y cuando tuve la oportunidad de lograr aquello prefería estar encerrada en casa escribiendo mis libros. Eran los lujos que yo disfrutaba, el poder estar con la calefacción en mi hogar mientras tomaba como desayuno un café y mis cigarros de menta, con la espalda encorvada a un punto de diagnóstico preocupante por los doctores mientras escribía como se comían un coño. —¡Chicos! —Llamo Leah a sus compañeros, éramos realmente pocos en esta zona de la discoteca. Tan pocos que podía contar con mis dedos quienes estábamos en aquel lugar. Mis dos amigas, muchos hombres y yo. —¿Ya encontraste a tu amiga? —¡Si! —Respondió Leah con una sonrisa, ayudándome a sentar a Adeline en una de los tantos asientos. —Estaba en las habitaciones privadas, un borracho la estaba molestando. Mire a mi alrededor, eran varios hombres pero no tantos como esperaban. Eso sí, todos eran guapos. Dignos para protagonizar a los protagonistas de mis libros mas candentes a pesar de que no le daba el mérito a ninguno de sacar a flote en mi el deseo de darle un solo beso y después huir como una cobarde. —La que estaba en mi habitación. —Se quejó uno de los tantos hombres que estaba acompañándonos. Debía de ser Atlas. —Disculpa. —Fue lo primero que dije deseando evitar más problemas, sin siquiera saber quién había hablado ya que estaba muy centrado en ayudar a Adeline a acomodarse. Ya cuando al fin ella estaba en su asiento quise buscar quien era el caprichoso caballero, mirando entre todos los presentes. —Supongo que solo me queda aceptar esas disculpas. —Desvie mi mirada de donde vino esa voz, y lo que estaba ante mis ojos era un hombre digno de ganarse mi beso acompañado de mi huida. Lo único es que joder... ¿Por qué tenía que ser casualmente castaño con ojos verdes? Y tan odioso. —¡Morana, el es Atlas! ¡Mi jefe! —Presento Leah con alegría, haciendo que borre casi de inmediato esas ideas locas de mi cabeza. ¿Cómo podría siquiera pasar por mi cabeza el meterme con el jefe de mi amiga? Bueno, si todo salía bien quizás hasta le conseguía algunos beneficios-... No, por Dios, que locura. —Un gusto. —Respondí, sentándome en uno de los tantos asientos que había en el lugar. Al frente de mi había una infinidad de bebidas, botellas dentro de una gran cubeta con hielo desbordante y varias copas. Uno de los tantos hombres que estaba con nosotras era el bartender, los demás cuando los presentaron no di la más mínima atención a sus nombres y mi respuesta más rápida fue "Un gustó". —Discúlpenla, debe estar algo distraída por lo que pasó con el borracho. —Se disculpo Leah, a lo cual voltee a verla. Estaba distraída mirando a su jefe, el cual tampoco disimulaba como me veía a mí. Quizás era por qué tenía una apariencia de todo menos agraciada y eso le resultaba extraño a los reyes de la realeza. —No pasa nada. ¿Desean beber algo? —Dijo otro de los chicos presentes con nosotras, un pelinegro el cual al verlo solo pude pensar en que era el tipo ideal de Adeline si no se buscará solo feos y pobres para subirse el ego. No parecían ser mayores que nosotras, o al menos cuando lo pienso me refiero a que no son más de diez años encima de nuestros humildes 25 años en los cuales nos siguen llamando niñas los ancianos agradables de la calle. Le calculaba un roce por los 30, ya que se notaba como el mayor la madurez había llegado a su rostro hace años atrás en una bien cuidada barba. Más teniendo en cuenta sus títulos de alto rango. —Sí, por favor. —Pedí, viendo como aquel bartender preparaba un trago y me lo entregaba. Era bonito, un trago rosado con un degrade verde hacia abajo que me hacía dar pena el tomarlo sin antes tomarle una foto. Pero hoy no estaba en un momento de andar sacando foto a tragos, así que solo lo admire y le di un gran trago que provocó que la bebida calara en mi paladar como un clavo siendo golpeado por un martillo. «Que fuerte» carraspee suavemente mi garganta, tratando de pasar la sensación del alcohol en mi garganta. La verdad, no hablaba. Solo escuchaba la conversación de los acompañantes la cual no entendía para nada, solo sabía que tenia que ver con el trabajo de mi amiga Leah. Cómo un tal Esteban había desarmado mal un arma, o como habían despertado a todos los enlistados de los dormitorios prendiendo una granada no muy lejos del lugar. En serio, que locura. Cada vez que hablaban contaban cosas peores de las cuales Leah solo se reía constantemente en respuesta, después de todo estaba con sus jefes y colegas, así no le hiciera gracia los chistes debía de reírse de lo que decían. Yo mientras tanto solo seguí tomando y tomando, mi única participación en esta reunión era pedirle al bartender que me sirviera otro trago más y siempre me daba los más traicioneros. Es decir, los que saben dulce. Esos estúpidos tragos hacen que te confíes y tomes sin control hasta que quedas como yo, borracha y destruida. Con un maldito puro en la boca que no sabía de donde lo había sacado hasta que vi al hombre de mayor edad entre nosotros con uno en la boca. No era de fumar puros, pero debía de admitir que este tenía un gusto exquisito. O quizás no me estaba pegando tanto como pensaba al tener mi mirada fija en el castaño. Castaño que siempre que volteaba a verme trataba de no mostrar una sonrisa con perfectos dientes blancos, como si le di causará gracia que no podía disimular ni un poco que era llamativo bajo mi mirada, pero el por su lado deseaba disimular su sonrisa para mostrarse como un hombre serio. Chicas. ¿Quieren un consejo? Siempre juzguen a los hombres por su dentadura, entre más bonita la tengan mejor. —Atlas. ¿Y como te gustan las mujeres? —Esa mirada esmeralda se apartó de mi después de que le hablaron, mostrando una sonrisa ladina a sus colegas. —Creo que no tengo un tipo en específico. —¡No le crean nada! ¡En la universidad le encantaban las mujeres que parecían drogadictas! —Sebastian, silencio. —Me comencé a reír al ver la vergüenza del militar, el cual no tardo en ser abrazado por su amigo que no le guardaba ningún secreto. —¡Aún recuerdos esos días en dónde a mi príncipe le daba vergüenza acercarse a las chicas que le gustaban! ¡Por qué se veían todas malas y sin corazón! —Siguio abrazando al castaño, apretándolo contra su pecho. —Pero ahora soy yo el amor de su vida, se rindió después de que le gustó una chica de nuevo ingreso y nunca pudo hablarle. —¿La que ustedes decían que era pelirroja con piercings? —Leah se entrometió en la conversación. —Por Dios, Atlas. Jamás estés con mujeres así. Saque el puro de mi boca al terminar de fumarlo, estando atenta a la conversación a pesar de que a duras penas y le daba atención a lo que quería. —Como si ustedes no tuvieran gustos pesimos también. —A mi me gustas tú-... —Sebastian, cállate. —Comencé a reírme de nuevo de su vergüenza, tirando lo que quedaba del puro al cenicero y tomando otro trago servido por el bartender. La sensación de una mirada fija en mi me dejó claro que alguien dió atención a mis risas y cuando volví a subir mi mirada para saber quién era, resultó ser el mismo militar al cual tenían avergonzado sus colegas. Le dedique una sonrisa llena de burla, volviendo a retomar mi gran ronda de tragos para volver a perderme en mi consciencia. Aunque antes de perderme... Si que logré escuchar algo interesante. —Aunque quizás si me gusten un poco las de cabello negro. —¡Ay como yo! —¡Sebastián! Esto sera una noche larga...