Capitulo 2

De camino al punto de encuentro decidí dar un gusto a mi cuerpo y un sacrificio a mis finanzas, gastando algo de mi humilde dinero en una cajetilla de cigarros y un encendedor. Así que todo el camino al lugar me lo pase fumando uno de los cigarros, deseando que nunca acabara la sensación del humo inundar mis pulmones y matándome por cada calada. No tarde mucho en lograr ver la gran camioneta de Leah estacionada, con un brazo sosteniendo un teléfono último modeló a través de la ventana. Lo supe desde el principio que esa debía ser Adeline tomando fotos para subirlas a sus redes sociales.

—¡Mío! —Grite mientras le arrebataba aquel aparato de las manos a Adeline, soltando unas cuantas risas al escuchar su grito de horror.

—¡Leah, mi celular! —Gritaba Adeline despavorida, hasta que en medio de su drama logro reconocerme. —Ay... querida, que horrible te ves. —Note como trataba de verme mejor bajando sus lentes de sol y yo solo le devolví su celular, sintiendo su pesada mirada sobre mi. —Aunque tu maquillaje me gusta.

—Ay gracias. —Apague aquel cigarro y guarde el resto en la cajetilla, Leah era muy estricta con respecto a subir a su preciada camioneta y entre esas cosas estaba el no fumar dentro de ella.

—Morana, me entere que una cafetera fue lanzada del edificio Sunday Crazy. ¿Qué sabes de eso? —Me pregunto Leah apenas me vio subir a su camioneta.

—Que fui yo. —Note la mirada llena de sorpresa por parte de mis dos amigas apenas dije esa información, Leah una sorpresa más dirigida a la incredulidad y Adeline una sorpresa más del tipo "Y así como hizo esto, hace cosas peores". y yo solo pude reírme. —Me despidieron así que esa fue mi pequeña venganza.

—No puedes estar vengándote de forma tan violenta de todos aquellos que te molestan. —Ahí iba el primer regaño de Leah, ella siempre era extremadamente correcta y buscaba guiarme por el mejor camino.

Pero ya estaba tan cansada de la vida que me negaba a escucharla.

—Eso es verdad, para la próxima me dices y le pago a unos matones. —Adeline movió sus manos mientras hablaba, soltando unas encantadoras risas al ver la cara de Leah. —Leah debe de conocer a unos hombres bastantes fornidos que harían ese trabajo sin ningún problema.

—Mis enlistados no van a golpear a viejos decrépitos, prefiero que todo corra debidamente al ritmo de la ley.

—La ley no me ayuda, Leah.

Y por mucho que se los quiera decir, no era capaz de decirles que pensaba eso por lo que había ocurrido con el viejo.

Si ellas supieran lo que sucedió, ese estúpido anciano ya estaría tras de las rejas y con su cafetería a mi nombre, pero no deseaba abusar de la ayuda de mis amigas y mucho menos deseaba que se burlaran de mi de por vida ya que vi a un viejo con su cosa más muerta que viva.

—Sí pero a Morana la ley no la ayudara mucho en esta situación, no después de tirar una cafetera del séptimo piso de su edificio de trabajo.

—Por dios chicas, mejor díganme a qué discoteca vamos. —las mire, algo fastidiada.

—A la discoteca de la ochenta, señorita. Invite a algunos colegas, así que espero que no les moleste. —Ni se cómo explicarlo, pero se escuchaba muy sabroso escuchar a mi amiga decirme señorita.

—Leah no me digas así, que me vuelvo muy lesbiana.

—Ay pensé que era la única que pensaba así. —Adeline me siguió el juego con una sonrisa llena de picardía, su feminidad era algo que siempre llamaba la atención de todos, hasta de las mismas mujeres que la buscaban como abejas a la miel. Después de todo era lo que cualquiera deseaba ser, una mujer famosa, millonaria, rubia y hermosa.

Lo único que hacia que todos salieran corriendo de ella y su encanto era su ego tan alto como las nubes, pero eso no evitaba que la gente admirara la belleza de aquella princesa rubia y egocéntrica ante mi.

—Definitivamente no me molestaría estar con un hombre que me recuerde a ti. —Dije entre risas.

—Un hombre con mi personalidad debe ser un castigo. —La escuche decir, mirando por el retrovisor sus cejas bien arregladas y levemente fruncidas.

Leah era otra belleza mas en nuestro grupo de amigas, una mujer de cabello castaño con hermosas ondas pero con una actitud que rozaba la aura masculina. O quizás era su carácter destinado al liderazgo que la hacia parecer así.

O que yo directamente la relacionaba con la masculinidad por todas las novias que llego a tener, para nadie era un secreto su bisexualidad y como siempre tomaba el dominio de la relación.

—Si me despertara con un castaño alto de ojos verdes a mi lado diciéndome que debo respetar el código civil no estaría en un castigo, estaría en un sueño.

—Mientras no sea tan pobre como tu, ya que si no despertarían en la calle. —Escuche decir a Adeline, a lo cual solo pude reírme a carcajadas.

—Me arroparía con un cartoncito.

—Ay niña, no lo permito. ¿No quieres que hable con mi manager? Con lo guapa que eres algún trabajo te podría conseguir para que mantengas a ese castaño de tus sueños.

—No Adeline, estoy bien así. Ya veré como arreglo ese problema.

—Llevas diciendo lo mismo por meses. —Reclamo Leah, estacionando su vehículo. —Llegamos, chicas.

Vi por la ventana, estábamos estacionadas afuera de una de las mas grandes discotecas de la ciudad. Desde fuera se veían las luces de colores y el fuerte olor a alcohol que inundó mis fosas nasales.

El lugar era bonito pero se veía caro, más de lo que me podía permitir.

—¡Señorita justicia se estaciono mal frente a Mystic Oasis! ¡Le darán una multa! —Escuche a Adeline gritar desde fuera de la camioneta, ya se habían bajado así que yo no tarde en hacerlo.

—No me había dado cuenta. Vayan entrando mientras acomodo la camioneta. —Aclaro Leah mientras volvía a subir a la camioneta.

Por otro lado, Adeline ya estaba tomando mi brazo y jalándome dentro de la gran discoteca.

—¡Que lugar tan bonito!

—Si lo es. —Mire a mi alrededor, no parecía haber nada más interesante que la gente bailando y chocando sus cuerpos con los de completos desconocidos.

Ya estaba abrumada.

Era la típica introvertida que fue obligada por sus amigos extrovertidos a salir de su habitación a conocer el mundo exterior.

Más cuando a un lado de ti tenías a una de las actrices más reconocidas de la industria, a la cual saludaban todo aquel que pasara a su lado.

—¡Por dios! ¡Morana espera aquí! ¡Acabo de ver a mi manager! —Como una niña pequeña fui abandonada en la puerta del bar.

Y vi a mi amiga irse, dejándome completamente sola en éste lugar desconocido para mí.

Anotaré en mi cabeza hacer drama por esto después.

—¡Quítate! —Me grito un hombre molesto, era entendible ya que estaba parada en medio de toda la puerta de aquel bar.

Pero para mi, el demostrar mi entendimiento era nada más y nada menos que sacar el dedo medio a los hombres groseros.

Hoy me tenían harta hasta la punta de los dedos. Me había topado solo con los hombres más groseros existentes y ni siquiera en mi tiempo de descanso podía estar tranquila.

—¿Qué te pasa, puta? —«Se dio de cuenta»

Me di la vuelta, ignorando por completo al imbécil que traía las copas de alcohol hasta la cabeza. Me había dado cuenta tarde que lo último que debía de hacer en este momento era meterme en problemas cuando se supone que vine con mis amigas.

Que por cierto, amigas que no tenia ni el más mínimo conocimiento de dónde estaban.

Camine apresurada por la discoteca, apenas y escuchaba los gritos enojados del hombre, que me seguía a un paso algo torpe por el alcohol en su sistema.

Agradecía que fuera solo un estúpido borracho.

—¡Ven acá, perra! —Por Dios, Que esté hombre se caiga y se golpee, algo. Que le pase algo.

Comencé a caminar más rápido, ya hasta había llegado a la barra de la discoteca.

La barra al igual que todo el lugar estaba llena hasta las esquinas más escondidas, pero el bartender parecía estar desocupado al ya haber atendido todos los pedidos.

—¡Oye, chico! —Trate de llamarlo, era un muchacho bastante joven de cabello castaño y rulos, con una piel acariciada por el sol que era divina.

Su mirada no tardo en fijarse en mi, y estaba agradecida por ello.

—Dígame, señorita. —Se acerco a un paso apresurado, quizás noto que estaba en una situación algo desfavorable y su amabilidad era un milagro que me había caído del cielo.

—Hay un hombre que me está molestando desde hace un rato. —Mire a mi alrededor, notando como estaba tratando de pasar la multitud de personas. —¡Ese de allá! —Lo apunte, dando saltos en mi propio lugar al demostrar mi apuro.

El chico ante mí noto la situación, no tarde en darme cuenta que estaba tan nervioso como yo, era joven y quizás estaba en sus primeros días de trabajo ya que ningún cliente lo reconocía y solo preguntaba por otro trabajador.

—¡Sígueme! —Dijo tras el paso de unos segundos, saliendo de adentro de la barra.

No tarde en seguirlo, no deseaba quedarme bien servida para ser golpeada por un borracho al que le saque el dedo grosero por andar de atravesada.

No habíamos tardado mucho en alejarnos de todo el desastre del bar para estar en una especie de habitaciones privadas, fue corto el tiempo que me tome en reconocerlas. Eran las típicas habitaciones que suelen alquilar en las discotecas para aquellos jóvenes con las hormonas en el punto máximo o para los clientes que buscaban una buena noche con alguna prostituta.

Solo que yo no tenía ninguna hormona disparada, tenía a un hombre borracho y desagradable siguiéndome.

—Entra aquí, me encargaré de que los guardias lo saquen. —Asentí varias veces, entrando a la habitación corriendo y cerrando la puerta atrás de mi.

Ya estaba a "salvó".

Me senté en el suelo agitada mientras miraba a mi alrededor, la habitación portaba con un mueble curvado. El tradicional que se encuentra en todos los moteles.

Además de otros muebles cuestionables para aquellos actos pecaminosos.

Los conocía todos a la perfección, pero no por qué sea una depredadora sexual o algo por el estilo. Si no por qué era una escritora de erotismo puro.

Solo que ninguna de mis historias había tenido el "Bum" que deseaba, más allá de aquella que fue robada por la editorial.

Siempre me dolerá el haber sido estafada de aquella manera, ahora mismo sería millonaria y con cinco acompañantes nocturnos.

Salí de mis pensamientos al escuchar como golpeaban la puerta, estaba extrañada ya que solo eran pequeños golpes parecidos a una especie de llamado.

Así que lo mejor que pude hacer en aquella situación era... No responder.

—¿Hola? Disculpa, acabo de alquilar la habitación. Si hay alguien de limpieza adentro me gustaría pedir que saliera. —Era la voz de un chico.

Menos abriré ahora.

Quizás hasta y piensa que vengo con el alquiler de la habitación y que soy una prostituta de la discoteca.

Mire mi ropa, no parecía una trabajadora sexual pero tampoco parecía una muchacha pulcra y decente.

Escuché la manilla de la habitación tratar de abrirse, un jadeo de horror salió de mis labios al escuchar eso y de inmediato tome uno de los muebles para ponerlo en la puerta y que no puedan abrir.

—Disculpa, abra por favor.

«Dios mío ¿dónde estarán las chicas?»

—Abra por favor.

—No, vete al carajo.

—¿Disculpa? ¿Sabe acaso que esto va en contra de las leyes establecidas en derecho de privacidad? ¡Salga de ahí ahora mismo! —Dios, ya me estaban amenazando con leyes, que maravilla.

—No.

—Genial, una tautológica.

No sé que sea eso, pero me ofende que me diga de esa forma.

—Tautológica tu madre.

—¡Abre-

—¡Morana! ¿Dónde estás? —El grito de Leah llamando a mi nombre, fue como si un ángel bajara del cielo para mí.

Me levanté del suelo y golpee la puerta, quería hacerle saber que estaba ahí, ya que sabía que no me escuchó cuando mandé a carajo al muchacho.

—¡Leah estoy aquí!

—¡Morana! ¿Qué haces ahí?

—¡Un borracho me estaba persiguiendo! ¡Y un empleado me dijo que me quedara aquí hasta que se fuera! —Aparte el mueble de la puerta, esperado alguna señal por parte de Leah de que todo era seguro.

—Por Dios. Atlas, ve a la mesa. —¿Atlas? ¿Cómo el dios griego? Que nombre tan bonito pero cliché.

—¿Conoces a la que está allá dentro? Me tiene obstinado.

—Es mi amiga. Y será mejor que te vayas si no quieres que cuestione que alquilaste una habitación. —Muy bien Leah, defiéndeme.

—Eres toda una-... Bueno, no importa. Allá nos veremos. —Pasos resonaron por los pasillos, indicando que aquel muchacho ya se había ido.

Fue ahí cuando finalmente abrí la puerta y mire a Leah al otro lado de ella, mirándome algo preocupada.

—Estoy bien. —Fue lo primero que dije, deseando que no se preocupara más.

—Tu día no puede ser peor. En serio lo lamento, no deseaba que pasara algo así mientras no estaba.

—No es tu culpa. —Salí de la habitación, aún mirándola. —¿Llegaron tus compañeros? ¿Vamos?

—¡Oh! ¡Si, vamos! —El agarre de la mano de Leah llegó hasta la mía, jalando mi cuerpo con entusiasmo a donde sea que este la mesa con sus compañeros. —Ya verás que te van a caer muy bien.

Asentí soltando algunas risas, solo dejándome llevar por mi amiga a aquella mesa.

Después de todo... Creo que a este punto ya nada puede empeorar.

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