88. El rey sin corona.
Narra Ruiz.
La ciudad se me abre como una puta vieja: cansada, rota, pero aún dispuesta a abrir las piernas para quien tenga el dinero, el poder o las pelotas suficientes.
Yo tengo las tres cosas, y cada vez me cuesta menos recordárselo.
Atravieso el vestíbulo del Hotel Savoy, el único cinco estrellas que no tiene miedo de alojarme. Los uniformados en la puerta me saludan como si fuera el maldito presidente; alguno hasta se apresura a abrirme el paso, bajando la cabeza con un respeto que no me gané en misa ni en campañas políticas.
Me lo gané a golpes, abalazos. Con cadáveres olvidados en las zanjas.
Clarita camina medio paso detrás de mí, sus tacones sonando como disparos secos sobre el mármol. Se me pega al brazo con esa devoción ridícula que otros llamarían amor, pero yo sé que es otra cosa: hambre. Sed de que la vea. De que la quiera. De que la toque.
En el ascensor privado me lanzo una sonrisa torcida al espejo, ajustándome la chaqueta de cuero negra. El tipo que me devuelve la m