546. Conversaciones con el demonio.
Narra Ruiz.
Las semanas en esta tumba no se cuentan en días, se miden por las visitas de Tomás, porque la rutina se vuelve una losa de cemento y la única variación, la única grieta en la pared, es él apareciendo con sus perfumes caros y su traje hecho a medida, como si entrara a un salón de gala en lugar de a la celda en la que me mantiene. Es casi grotesco: el brillo de sus zapatos sobre los pisos gastados, la manera en que abre la puerta con un gesto teatral, siempre seguro de que el espectáculo empieza con su entrada y termina con su salida.
Yo lo espero sentado, a veces con un cigarro entre los dedos, a veces con un libro que nunca termino de leer, pero siempre con la certeza de que lo que viene es el mismo ritual repetido, la misma danza macabra que juega a confundirse con cortesía.
Él se sienta frente a mí como si estuviéramos en un café de París, cruza la pierna, acomoda la solapa de su saco, me ofrece un cigarrillo o una copa que nunca acepto, y comienza a hablar de cualquier