505. Sombras de mi hija.
Narra Lorena.
La llamada llega como un vidrio roto en medio de la noche. El timbre del teléfono me atraviesa, me saca de ese sueño hueco donde Dulce todavía es una nena que corre por el jardín, riéndose, sin que yo tenga que perseguirla con miedo. Atiendo, con la garganta seca, y la voz del francés me corta el aire:
—Tu hija está en peligro.
No hace falta que diga más. Sé quién es, aunque nunca escuché antes esa voz. El tono extranjero, la calma cruel, como si disfrutara del temblor que me sube desde los dedos hasta el pecho. Me quedo muda, pero la cabeza se me llena de imágenes: Dulce escapando de mí, el portazo, los meses sin noticias, la sospecha de que buscaba a su padre.
A su padre. A Ruiz.
No, imposible. Él está muerto. Yo lo vi caer, yo me quedé con la sangre en las manos, yo lo maté. Y sin embargo… la duda me mastica desde adentro. ¿Y si no? ¿Y si la muy tonta fue a buscar un fantasma y se encontró con algo peor?
El francés cuelga sin esperar respuesta. Yo quedo con el teléfon