504. La sombra de Tomás Villa.
Narra Jean-Pierre.
Me he quedado con su silencio colgando en la línea, un silencio denso, como si del otro lado respirara alguien que todavía lucha entre colgar y escuchar, alguien que mide las palabras antes de lanzarlas porque sabe que una palabra puede ser un disparo o un lazo. Lorena está allí, la siento, no necesito verla para imaginar cómo sostiene el teléfono con los dedos crispados, los labios apretados, el cuerpo erguido como si esperara un golpe.
—Lorena —repito su nombre con suavidad, alargando las sílabas como si fueran un puente—, no me cortes, no todavía. Sé que quieres hacerlo, sé que temes que cada voz desconocida que se filtra en tu vida vuelva a arrastrarte hacia él, hacia Tomás Villa.
Ella respira hondo, lo escucho con claridad, como si el aire se espesara entre nosotros. No me responde, pero su mutismo es ya una respuesta: todavía duda, todavía está atrapada en esa red invisible que Villa le tejió años atrás.
—No soy él, ni trabajo para él —continúo, bajando la voz