506. El espejo roto.
Narra Dulce.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que todo se quebró alrededor mío, desde que la pólvora me quemó la garganta con su olor y las siluetas de esos hombres cayeron como marionetas sin hilos frente a mí, pero todavía siento que sigo caminando dentro de esa noche, dentro de ese silencio que Tomás impuso con la violencia de sus disparos y la dulzura peligrosa de su voz. Me repito que debería odiarlo, que debería huir, y sin embargo estoy aquí, en su casa, respirando el mismo aire que él, dejándome arrastrar por esa calma que me promete como si pudiera cubrirme con ella, como si fuera un manto.
—Cerrá los ojos —me había dicho, y obedecí, como una niña obediente que aún cree que cerrar los párpados la puede proteger de lo que viene. Ahora los abro, y él está frente a mí, caminando despacio, con ese andar que parece medido, como si no diera un solo paso sin calcular su efecto. En sus manos trae algo pequeño, envuelto en un paño negro. Lo coloca sobre la mesa y me mira, esperando