503. La llamada inesperada.
Narra Jean-Pierre.
He pasado demasiados días imaginando este instante, preparando con minuciosa paciencia el momento en que la voz que guardo en mi memoria —una voz que apenas conozco pero que se ha vuelto un faro en la oscuridad— me responda al otro lado de la línea. Gomes tardó en darme el número, me lo entregó como si fuera una reliquia maldita, como si las cifras que anotó con manos temblorosas estuvieran cargadas de un veneno que podría consumirnos a los dos. Lo miré a los ojos en silencio cuando me lo ofreció, y comprendí que su miedo no era sólo por ella, sino por sí mismo: sabía que al confiarme ese secreto estaba reabriendo una herida que llevaba años pudriéndosele en el pecho.
Ahora, mientras sostengo el teléfono entre mis dedos, siento la electricidad de la decisión atravesarme entero. No hay lugar para dudas. Marco el número con una calma que no es calma, con esa lentitud de quien sabe que un solo error puede destruirlo todo. Respiro, dejo que el aire se quede atrapado en