502. Huesos quebrados.
Narra Jean-Pierre.
Hay algo en el sonido de un hombre rompiéndose que siempre me ha perturbado. No es un ruido físico, no es un hueso astillándose ni un grito desgarrado, aunque en Gomes se mezclan ambos. Es un silencio extraño que se abre detrás de cada palabra entrecortada, un vacío que se traga el aire y deja solo la certeza de que lo que estás presenciando no es resistencia, sino rendición. Y sin embargo aquí estoy, sentado frente a él, con la mirada fija en su cuerpo convulsionado por la abstinencia, viéndolo sudar, temblar, revolcarse como un animal herido que no sabe si desea sobrevivir o morir de una vez.
El cuarto huele a encierro, a sudor agrio y vómito seco. La luz es tenue, apenas una lámpara vieja que titila como si se burlara de nosotros, y yo permanezco allí, fumando despacio, observando cómo cada hora que pasa lo despoja de un fragmento más de dignidad. No es un héroe. Nunca lo fue. Es un hombre roto, un despojo que se aferra a la idea absurda de que aún puede cumplir