493. Mi dios de sombras.
Narra Dulce.
Despierto envuelta en un calor que no es solo el del cuerpo que reposa junto al mío, sino el de una certeza que se extiende por mi piel como un veneno dulce que no duele, que al contrario me adormece, me calma, me llena de una sensación peligrosa de triunfo, como si por primera vez en toda mi vida me perteneciera algo que no puede ser arrebatado, como si el simple hecho de respirar a su lado me hiciera dueña del mundo entero, y lo miro ahí, a Tomás, con el pecho desnudo que se mueve lento bajo el vaivén del sueño, con ese gesto entre serio y sereno que ni siquiera dormido lo abandona, y pienso que tal vez este hombre no es solo un hombre, que es algo más grande, algo inevitable, algo que estaba escrito para mí desde antes de que yo siquiera supiera cómo se siente necesitar a alguien.
Cierro los ojos un instante y la memoria me juega sucio: mi madre llorando en silencio en las noches, Ruiz con sus sombras interminables, Sami escapando siempre hacia algún lugar distinto, yo