473. Caramelos en la memoria.
Narra Dulce.
La recámara parece arrancada de una película en la que las princesas no tienen pesadillas ni heridas viejas que arden al menor roce; las paredes están tapizadas en un azul noche profundo, como un cielo al que le apagaron todas las estrellas, y sobre ese azul caen cortinas gruesas, doradas, pesadas como un secreto que no se puede levantar con las manos; la cama es tan grande que sé que podría esconderme en ella durante días sin que nadie me encontrara, hundirme entre las sábanas hasta desaparecer como si nunca hubiera existido; bajo los pies, las alfombras ceden y me abrazan con una suavidad peligrosa, de esas que invitan a quedarse; hay sillas tapizadas en terciopelo bordó, con la superficie tan lisa que mis dedos sienten la tentación de recorrerla una y otra vez, y sobre mi cabeza una lámpara de cristal cuelga como una joya olvidada, dejando caer destellos diminutos que se mueven con mi respiración; a un costado, un espejo ovalado, alto, de marco antiguo y tallado con un