472. La Mansión del Eco.
Narra Dulce.
La reja se abre sin un solo ruido, como si conociera mi paso, como si entendiera que no quiero que nadie sepa que estoy llegando.
Pero aunque la entrada sea silenciosa, todo en esta casa grita. Grita con un eco antiguo que se cuela bajo la piel.
Es una mansión enorme, vieja, perdida en algún rincón que huele a olvido. Las luces tenues que iluminan la entrada apenas arañan la oscuridad del jardín. El resto es sombra, espesura y figuras petrificadas. Hay estatuas cubiertas de musgo, dioses y bestias mitológicas con miradas de piedra, todas observándome como si supieran mi nombre. El aire está impregnado de olor a tierra mojada, madera añeja y ese perfume seco, marchito, de rosas que murieron hace años.
El auto se detiene frente a una puerta doble imponente, de madera oscura, tallada con símbolos que no reconozco. La respiración se me entrecorta. Al bajar, las piernas me tiemblan como si el suelo fuera inestable. El conductor, que no ha dicho ni una palabra desde que subí, n