434. Mi nombre es fuego.

Narra Bruno.

La noticia llega con un mensaje corto, cifrado, seco como un disparo en la nuca:

“Aceptamos. Mismo lugar. Mismo precio. Sin truco.”

Pero yo sé que cuando los Dragomir te dicen que no hay truco, lo único que hay es truco.

Me cruzo de brazos en la oficina, la mandíbula apretada, el vaso de whisky a medio vaciar sobre el escritorio y los ojos clavados en la pantalla negra del celular. No es miedo. No. Es ese calor ácido que se instala en la boca del estómago cuando sabés que te están mirando y no podés ver desde dónde.

Algo no me cierra.

Lucas me evitó todo el día.

Sosa no responde desde ayer.

Y Dulce… Dulce cambió.

No me mira igual.

La escucho llegar antes de verla. Su perfume de mujer joven y peligrosa se arrastra por el pasillo como un anuncio de tormenta. Está distinta. Tiene un vestido rojo corto, de esos que uno desearía arrancar con los dientes. El cabello suelto, húmedo, como si acabara de salir de una ducha. Y camina descalza, como si el piso fuera suyo, como si ya
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