433. Piel de loba, alma de cordero.
Narra Dulce.
Lucas está sentado en el garaje, revisando el maletero del auto negro que Bruno usa para los traslados importantes. Tiene el torso desnudo, cubierto por tatuajes que no termino de entender —calaveras, dagas, una virgen que llora sangre. El humo del cigarro le hace una aureola gris en la cabeza. No se inmuta cuando me acerco.
Yo sí.
Me tiemblan un poco las piernas, pero no lo dejo notar. Me cuelgo del marco de la puerta como si fuera parte de la escenografía, con la remera blanca pegada al cuerpo por el calor y el cabello húmedo cayéndome por la espalda.
—¿Y vos qué hacés siempre tan solo, Lucas?
No me responde enseguida. Aspira el cigarro con lentitud. Exhala el humo sin mirarme. Se acomoda un poco el cinturón, y entonces recién levanta los ojos hacia mí.
—Alguien tiene que mantener los autos listos. Nunca sabés cuándo hay que salir rajando.
Me río bajito.
Es una risa falsa, lo sé, pero la practiqué frente al espejo esta mañana. La misma risa con la que, de chica, sacaba