408. Yo no sé perder, pero sé lo que es perderte.
Narra Sami.
No hay nada más jodido que amar a alguien que no se ama a sí misma. Porque la querés salvar… pero ella no quiere.
Dulce se va caminando como si el mundo le importara una mierda.
Como si no fuera a romperse en cualquier esquina.
Y yo me quedo parada, con los puños cerrados y el corazón latiéndome en las encías.
Mirándola alejarse.
Otra vez.
Quiero gritar.
Quiero correr detrás suyo.
Quiero no querer tanto.
Pero no puedo.
Me arde la bronca.
Me come la angustia.
Porque la amo.
Y ella no lo entiende, no porque no escuche, sino porque no quiere, porque prefiere correr hacia las brasas antes que quedarse donde hay abrigo.
La sigo.
A la distancia.
La veo ir por la avenida como una loba flaca buscando guerra.
Se fuma un cigarro con furia.
Mira todo. A todos. Como si el próximo que le hable fuera a darle la respuesta que busca.
Pero yo sé —yo sé— que no la va a encontrar así. No entre truchos, ni estafadores, ni fantasmas del pasado.
Y lo peor es que tampoco quiere encontrar al tipo