400. El mundo se rompe a las 01:17
Narra Dulce.
Estoy ebria. Estoy hermosa. Estoy perdida. Pero, al menos, no estoy en casa.
El cielo se derrite sobre Roma como una úlcera. Llueve, pero no me importa. Camino con los zapatos mojados y la falda subida tan alto que parezco una postal de advertencia. Si alguien me mira, que se joda. Si alguien me sigue, que me alcance. Que pruebe.
Tengo una mochila colgando de un solo hombro, vieja, con un parche de un corazón roto y sucio, que cualquiera pensaría que guarda libros, cuadernos de religión, un diario con pensamientos castos. Pero no. Lleva efectivo. Dinero. Mucho. De dónde salió no importa. Lo tengo, y eso basta. Es lo único que tengo.
Entro a la disco como si me perteneciera. Nadie me pide DNI, y si lo hicieran, se lo trago. El lugar apesta a desinfectante viejo y perfume barato. Todo está pegajoso. La música es mala, pero ruge. Y yo necesito ruido. Necesito perderme en algo más fuerte que mi cabeza.
Me trago una pastilla que saqué del bolsillo interno del corpiño. Es celes