399. Lo que dejamos para que no nos alcance.
Narra Lorena
Los hijos no huyen de sus madres. Huyen del dolor. Y mi hija… mi hija lleva una maleta llena del mío.
Despierto con la alarma de mi propio cuerpo.
Antes de que el sol toque los ventanales, ya estoy sentada en la cama, con la garganta cerrada y una certeza fría colgando de los hombros.
Algo no está bien.
Algo no encaja.
El silencio en casa tiene ese peso sospechoso, como si algo vital hubiese dejado de respirar.
Camino descalza hasta su cuarto.
Abro la puerta sin tocar.
La cama está tendida… perfecta.
Demasiado perfecta.
La mochila no está.
La chaqueta negra que siempre cuelga en la silla, tampoco.
Y el ventanal trasero, ese que da al jardín, está abierto.
Vidrio roto.
Ropa ausente.
Nada de notas, nada de pistas.
Nada.
Hasta que llego a la cocina y la veo.
Una hoja arrancada de un cuaderno escolar, doblada en tres, apoyada junto al tazón de café que quedó a medio tomar anoche.
No me busques más.
Si me amás como decís, demostralo dejándome ir.
Me sostengo del borde de la me