385. La danza del dolor.
Narra Ruiz.
El tipo no viene a curarme, desde luego que no. No trae alcohol, ni vendas, ni una puta intención de aliviar nada, porque lo suyo es otra cosa, lo suyo es un ritual.
Entra como si tuviera las llaves del mundo, con esa parsimonia arrogante de quien cree que ha conquistado a un monstruo, y ahora quiere convertirlo en mascota.
Se sienta.
No dice nada al principio.
Solo me mira.
Y yo lo dejo.
Porque tengo el cuerpo deshecho, pero la cabeza sigue funcionando.
Él sonríe.
Esa sonrisa mansa, de loco con corbata.
Y empieza a levantar la sábana, como si fuera el telón de un teatro.
Como si mi cuerpo herido fuera la obra que lleva años esperando ver.
—Hermosas —murmura, al ver las cicatrices.
Usa esa palabra.
Hermosas.
Y ahí es cuando toca.
Primero la del abdomen.
Apenas con la yema del dedo.
No para ver si duele.
Sabe que duele.
Lo hace para medir cuánto tardo en tensar el músculo.
Cuánto aguanto.
Presiona.
No mucho.
Lo justo para que la carne se queje por dentro.
—¿Esta fue la prim